miércoles, 17 de mayo de 2017

Me gusta que el 30 de abril todomundo sube sus fotos de niñx a Facebook. Me gusta ver a mis contactos e imaginármelos en esa otra vida, cuando ni siquiera nos conocíamos, cuando el internet no había llegado a nuestras casas, cuando éramos y no estos que somos ahora. Así que desde hace años pongo también mi foto de niña en esa fecha, siempre la misma.

Una cosa que me gusta de esa imagen es que recuerdo perfectamente bien el día que mi mamá la tomó. Fue en mi cumpleaños número 8. En casa, como éramos pobres - según ya he contado mil veces aquí - nunca hubo fiestas infantiles. Eso no quiere decir, sin embargo, que mi mamá no se haya encargado de arreglar un festejo amoroso cada vez. Ese día me compró un pastel y me dio un regalo: un libro de la saga de Trixie Belden.

Trixie Belden era una niña detective que, con ayuda de su pandilla, resolvía los misterios más inverosímiles del mundo (para más información acudan a su Wikipedia de confianza). Mi hermana y yo amábamos esos libros que, como fiel muestra de la cultura saltillense, sólo podían comprarse en una papelería pequeñita, escondida entre una farmacia y un puesto de gorditas frente al Hospital Universitario. Quién sabe por qué razón a lxs dueñxs les pareció buena idea vender también ciertos libros educativos, y quién sabe cómo llegó ahí la colección de TB. Total, que un día mi mamá nos compró uno (uno para las dos, con la condición de prestárnoslo y portarnos bien), y después de eso tuvo que soportar que cada cumpleaños y navidad pidiéramos lo mismo de regalo, eso sí, especificando cuidadosamente qué historia nos faltaba (“pero no te confundas, mamá, ya tenemos al jinete sin cabeza, falta el vestido de terciopelo”).

Así que en mi cumpleaños número 8 mi mamá cumplió el amoroso deber de regalarme un libro de Trixie Belden. Yo estaba tan contenta que lo primero que hice fue ir a registrar el festejo en mi diario, porque por alguna razón que todavía no logro recordar, desde entonces tenía la cursi costumbre de registrar por escrito mis aventuras infantiles. Mi mamá me vio en la cama, con el diario y el libro, y me tomó la foto.

Hace poco que la subí a Facebook me acordé de todo esto, y a mis recién cumplidos 32 me asombró muchísimo la manera en la que puedo verme en esa niñita de 8 años. Esperen, amigues, no lo digo con la cursilería de la niña interior inocente a la que he abandonado hace mucho pero debo recuperar para ser feliz. Lo digo porque mi vida, igual que la de todomundo, está construida a partir de hábitos significativos. Y mis hábitos más tercos y más significativos en todos estos 32 años han sido esos: leer y escribir.

Leo de la manera más improvisada del mundo, como ya también dije aquí antes. Se me han pasado muchos ‘must’, y he dedicado un montón de tiempo a leer cosas ‘menores’. Y yo creo que todo ese desorden tiene que ver con que para mí la lectura es una actividad salvadora, un lugar en el que puedo esconderme, y lo demás francamente no me importa demasiado.  Lo era cuando tenía 9 años y escuchaba pelear a mis papás; lo era cuando tenía 14 años y mi adolescencia era tan sosa y aburrida como podría esperarse de una chica pobre de provincia; lo era cuando tenía 20 años y me corría todas las clases de la Facultad para irme a encerrar a la infoteca porque odiaba todo lo que tuviera que ver con el mundo real. Y lo es ahora, cuando despierto y me repito la historia de que estoy en una ciudad de la que hasta hace 5 años ignoraba la existencia.

Por eso cuando alguien usa la expresión ‘es como cortarme un brazo’ entiendo casi perfecto, porque recuerdo la Depresión Mayor y cómo lo más terrible es que no podía leer. Y era como cortarme un brazo, como cortarme mi historia, como mandarme a la guerra sin armas o a la primaria sin lápiz.
Anyway, se me había pasado poner en el blog la lista de los libros que leí en el 2016. Y como ahora estoy en una etapa especialmente consciente de las tradiciones que me he construido, pues aquí va, sólo porque quiero mucho este blog (tanto, tanto, tanto, que no lo quiero dejar morir aunque me mate de la pena regresar). Al final, y ahora sí contradiciendo todas las reglas de este espacio, les dejo la foto de N. a los 8 años.

1.      Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt.
2.      La casa del dolor ajeno, de Julián Herbert.
3.      El viento se llevará nuestras palabras, de Doris Lessing.
4.      When rain clouds gather, de Bessie Head.
5.      All about love, de bell hooks.
6.      Zami: a new spelling for my name, de Audre Lorde.
7.      The vegetarian, de Han Kang.
8.      The left hand of darkness, de Ursula K. Le Guin.
9.      The schooldays of Jesus, de J.M. Coetzee.
10.  Thirteeen cents, de K. Sello Duiker.
11.  Basura, de Héctor Abad Faciolince.
   .  Una de dos, de Daniel Sada.

Tengo dos cosas qué decir. 1: Leí bien poquito, qué oso, es que estaba siendo muy feliz. 2. Mi favorito fue, predeciblemente, el de Audre Lorde.




2 comentarios:

Chava dijo...

Conocí a una chica, que me hace acordarme de ti. SIempre que la veo tiene un libro en su mano, historias de fantasía... le gusta harto el cine y los musicales y es muy apasionada contando sus historias y sus ideas. Su entusiasmo me recuerda a ti, tu modo de escribir.

Zhenitte dijo...

Que pena, no veo la foto. Me alegro de encontrar tu blog nuevamente. Fíjate que te leia desde hace mucho en la computadora y hubo un momento de mudanza donde todo empezamos a hacer en el celular y con ese cambio perdi tu página. Hoy me encontre una libreta donde escribí la dirección, en caso de extravío. Me alegra ver que sigues escribiendo de vez en cuando. Ojala publiques mas seguido, gracias por compartir aquí.