jueves, 23 de octubre de 2014

"Nos enterraron sin saber que también somos semillas"

Siempre que se convoca a una marcha me desespero y digo que ya no voy a ir a ninguna nunca más: “¿a cuántas marchas hemos ido sin lograr nada, eh?”, les digo a mis amigues que insisten en que “lo importante es seguir luchando”. Pero luego termino yendo, cada vez.  Regreso a casa cada vez más cansada y también cada vez (cada puta vez) pensando que “a lo mejor ahora sí ya logramos que cambie este país”.  En mi caso la esperanza es tan terca que siempre termina ganándole a la experiencia.  Antes no, ¿pero cómo sabes si ahora sí? ¿cómo sabes si quizás esta vez es LA vez? Si así fuera yo no me la quiero perder. Y entonces vuelvo a marchar.

Incluso ahora, que soy funcionaria de cierto lugar y tengo un horario de 9:00 a 7:00 muy al sur. Ayer traté de terminar pendientes; luego no pude y pensé que “a la chingada los pendientes, mañana llego temprano”. A eso de las 5:00 me quité los tacones godinez, me puse los flats de emergencia que siempre están en mi cajón, y me fui a marchar.  De paso, convencí a tres personas de la ofi de que me acompañaran.

El metro iba lentísimo, llegamos cuando ya habían salido varios contingentes del ángel. Por suerte encontramos muy fácil al “Bloque Rosa”, a quienes, desde que las descubrí, trato de unirme en cada marcha. Es que es lo máximo el Bloque Rosa: encabezan cuatro chicas feministas con la cara cubierta al estilo Pussy Riot; arman una batucada y todas las feministes y demás van ahí cantando, bailando, aplaudiendo y gritando consignas muy cagadas (“la jotería también es rebeldía” “sin maricones no hay revoluciones” “pucha con pucha, lesbianas en la lucha”). Me encanta que la idea es consignas no sexistas, así que en vez del “que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, ese no es presidente es una puta de cabaret”, gritan (con el mismo tono) “que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, ese no es presidente es un fascista, macho, burgués”. Ídolas.

Mi pequeño grupo de feministas institucionales se unió a la batucada feminista un buen rato. Nuestra primera impresión fue que había mucha más  gente que en la marcha pasada: todo se hacía más lento. Atrás de nosotras marchaba un contingente gigantesco de la Facultad de Química de la UNAM. Era bonito verlos a todos con sus batas blancas y sus caras serias.

Luego nos dieron ganas de echar un goya, pero en el Bloque Rosa esas cosas no entran.  Decidimos salirnos y esperar a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Craso error: la FCPyS venía muy atrás y la marcha iba lenta. “Metámonos donde sea”, dijo una. Y ese donde sea fue lo primero que pasó por enfrente: una banda tocando canciones fúnebres oaxaqueñas y guerrerenses. Nos metimos ahí y pasamos del alboroto de la batucada a la solemnidad de marchar por nuestros muertos. No pude averiguar de dónde salió ese contingente, pero todo el tiempo iba la banda fúnebre y el resto atrás, con seriedad, sin consignas, con lágrimas. Estamos aquí porque nos faltan los muertos. Nuestros muertos.

Alguien del pequeño grupo quiso salirse a buscar a otra persona que nos esperaba en la esquina. Nos salimos y ya no pudimos unirnos a la banda fúnebre. Marchamos un rato ahí, sin contingente, entre gente que parecía haber ido sola o en pequeños grupos como nosotras.

Entrando al primer cuadro de la ciudad, decidimos que queríamos hacer la entrada al Zócalo con el Bloque Rosa (era chistoso nuestro pequeño grupo tomando decisiones: ¿vamos a entrar al zócalo así sin gritar? ¿todavía estamos en tiempo de alcanzar al bloque rosa? ¿y si cortamos por Madero y las buscamos ahí?). Salimos, corrimos, las volvimos a alcanzar. Entramos al zócalo con ellas. Fue una cosa muy emocionante. Yo no cuento porque lloro por todo, pero ayer empecé a llorar desde el primer “vivos los queremos”; se me enchinaba el cuero de escuchar a tantos jóvenes reclamando las vidas, los cuerpos, las semillas (y ojalá también la lucha).

Estuvimos un rato en el zócalo, los grupos se organizaban y reorganizaban. Se encendían veladoras, un grupo en una esquina pintaba de blanco unas letras que de entrada no entendimos muy bien (“FUE EL ESTADO”, vimos después).  Alguien de nosotras quería subir a una de las terrazas que rodean el zócalo a tomar fotos: “mañana van a decir que vino muy poca gente, hay que tomar una panorámica”. Encontramos a otra amiga y nos subimos a la terraza del Gran Hotel de la Ciudad de México. Acaparamos el balcón (no sólo nosotras, había un montón de fotógrafos amateur ahí arriba) e hicieron las tomas buscadas. El zócalo no se llenó, pero casi. Velas, pintas, música, globos.

Pedimos una ronda de cervezas (¡pues ya qué!) y empezamos a comentar todo (es parte de mis rituales personales terminar lar marchas tomando algo con las personas con quienes haya ido. Esa reflexión colectiva me parece lo más sabroso y necesario de todo). A. llegó antes que nosotras al zócalo, nos contó que uno de los papás de los 43 dio un discurso muy conmovedor “yo no sé dónde está mi hijo pero sé que él sabe, ahí donde esté, que estoy muy orgulloso de él”. Especulamos un buen rato. El pronóstico es que Ángel Aguirre renuncia en estos días. A ver si le atinamos.

Llegamos a casa cansadísimos. Emocionados, consolados, “ojalá que ahora sí se vayan todos” decimos antes de dormirnos. “Yo creo que sí - me dice A. - que cuando regresemos a México vamos a encontrar un país diferente”. Ojalá, le digo yo. Y me duermo con consignas flotándome en los oídos, y con imágenes de un país por descubrir flotándome en los ojos. 

jueves, 16 de octubre de 2014

Amén



Do not vote for them unless they work for us. Do not have sex with them, do not break bread with them, do not nurture them, if they don't prioritize our freedom to control our bodies and our lives. 

Rebecca Walker