Creo
que pronto empezaré a usar una peluca.
Un problema de salud, sumado a la
herencia de poquísimo cabello, ha dado como resultado que, desde hace meses, no
pase una mañana en la que no me vea al espejo y piense - de pasada o con
preocupación creciente, como observación o reclamo, con resignación o tristeza - que
“odio mi cabello”. A estas alturas, 31
años y contando, en este mundo colonizado, heteropatriarcal, bla, bla, bla, ya
una debería estar acostumbrada a no gustarse. Al mismo tiempo, en la vida de
todos los días que está hecha de miniresistencias, una se acostumbra también a
gustarse: hacer intercambios, trade – offs, trabajar con lo que se tenga. No
ser nalgona pero tener bonitos ojos. No ser alta pero mira qué pantorrillas. No
ser delgada pero mis lunares quizás tienen un mensaje oculto.
Y
yo ahora tengo un recurso menos para la resistencia, creo. Porque mi cabello se
cae, y me recuerda que nuestra capacidad de renovarnos no es
tan rápida ni tan fuerte como nuestra capacidad de pérdida. Me muero todos los
días, dice Sabines, y yo veo todos los días irse por la coladera un montón de
cabellos que ni siquiera han sido acariciados lo suficiente. Los que quedan,
además, no ‘compensan’ a los que se van: son, además de pocos, feos:
delgadísimos, se rompen, forman nudos, no brillan, no vuelan, no invitan a
ningunos dedos a enredarse en ellos, ni a ningunas manos a jalarlos en medio de
ningún arranque apasionado, ni a ningún rayo de luna a hacer nido en este lugar,
faltaba más (o menos).
Pero
hoy me cansé de estar triste también por esto. Porque, puta, además: el
cabello. Ojalá fueran estrías, o cicatrices escandalosas en los muslos, o celulitis
en el vientre. Esas cosas que puedes disimular con ropa o maquillaje, o decidir
sólo mostrar a los merecedores de su gloria, como una cicatriz en forma de
clavo que se deja acariciar sólo por los incrédulos que necesitan la certeza de
la piel, las heridas, el amor. Pero puta madre, el cabello. ¿Cómo le oculto a
quienes me miran que hay algo aquí que no funciona como debería?
Estoy
cansada de estar triste, decía. También por esto. Así que renuncio. Porque una
cosa es la pérdida, y las cosas que no puedo detener. Y otra cosa es la
renuncia, la voluntad triunfando sobre el espejo. Mañana voy a ir a cortarme el
cabello, chiquitito, pegado a la cabeza. Y después voy a comprar una peluca de
cabello abundante, oscuro, natural y brilloso. Y después voy a aprender otro
performance, y me voy a repetir mil veces que estoy actuando la sobrevivencia,
los pequeños actos de rebeldía, los pasitos de bebé para hacer que la vida
duela menos.