jueves, 27 de junio de 2013

It's getting better (el post más aburrido ever)

Está bien que este blog es mayormente el lugar donde le doy rienda suelta a mis depresiones, dramas y melodramas, pero creo que para variar un poco estaría bueno también tener acá el registro de estos días en los que la cosa va mejorando. Como platicaba hace poco con G., los episodios depresivos siempre son feos y marcan algo así como un antes y después en nuestras historias, pero igual o más importante es el proceso de recuperación.
Creo que de todos mis procesos de recuperación, quizás éste sea el que más estoy disfrutando, el que más estoy tratando de bordar despacio y con conciencia. Me parece que en los anteriores la idea era estar lo mejor posible lo antes posible, y por eso mismo no me sumergía demasiado. Siempre dije que no me interesaba conocer las raíces del asunto, y si hice psicoanálisis un año fue nomás porque mi mamá me insistía en hacer terapia, y porque el psiquiatra me tenía condicionadas las recetas de ansiolíticos a la comprobación de que estaba acompañando la medicación con un proceso de otra índole.
Crezco, afino, crezco. Ahora sí me interesa ponerme en paz. Ahora sí me siento fuerte como para preguntarme qué mierdas pasó, por qué, y cómo se me ocurre que podemos arreglar las situaciones que me generan o generaron incomodidad. Regresé al citalopram (maravilla de maravillas), pero también inicié una terapia psicológica desde un método nuevo para mí.
Todavía me angustia pensar a largo plazo,  todavía me duele el estómago y me dan ganas de vomitar cuando pienso en el 2014; pero por lo menos ahora no me siento mal de que todos mis planes sean de muy corto plazo. Estos días los vivo a la espera de irme a Saltillo, allá estaré un mes completo, luego regresaré al D.F. a empezar cosas nuevas, y luego ya veremos.
Mientras tanto hay cosas pequeñas (o no tanto) que estos días me hacen sentirme muy feliz, muy tranquila, hasta me pongo cósmica y zen, y hasta agradezco la oportunidad (o la exigencia) de hacer pausas que me obliguen a dejar de ver ciertas cosas, y a ver con más atención y detalle otras. Hacer pausas, respirar. No me gusta que mi cerebrito me las imponga con ataques de llanto, pero agradezco que algo adentro de mí me marque escandalosos semáforos en rojo de tanto en tanto para darme la oportunidad (o la demanda) de reevaluar mi vida. Suena jodido y cansado, y es jodido y cansado, pero también tiene una parte buena.
Duermo muchísimo, pero ya no con culpa o por evasión. Simplemente no tengo horarios, y me levanto de la cama cuando me da mi real gana. A veces salgo a comprar pan dulce o jugo a las 10:00 de la mañana, y me siento absurdamente feliz de pensar que los días más tranquilos de mi vida están ocurriendo en la ciudad más enloquecida del mundo. Como dice A., ‘no te das cuenta de lo afortunada que eres por no odiar el despertador’.
Bajé un poquito de peso, y me corté y pinté el cabello. Nunca había estado tanto tiempo en una estética porque soy una persona bastante conservadora con mi apariencia física (y tampoco es que haya hecho los grandes cambios). Se me ocurrió sacar cita en un salón de belleza, fui, me corté como 10 centímetros de cabello y me lo tiñeron dos tonos más claro. No se nota muchísimo, pero creo que me queda bastante bien. El corte, además, es de esos que no se ve chido si no te lo peinas, así que eso me obliga a pasar más tiempo arreglándome antes de salir, y eso tiene como efecto que últimamente siempre salgo de mi casa pensando que me veo guapísima. Es una tontería, ya lo dije, pero incluso estoy considerando seriamente la idea de poner espejos – o por lo menos uno de cuerpo completo - en mi recámara (tengo un issue grandote con mi físico, así que el único espejo que hay es de algo así como de 15 por 10 cm).
Cuando pasa la depresión no tengo líos en contárselo a casi todo mundo (‘me puse muy mal en mayo, pero ya estoy mejor’), pero en el durante por lo general las relaciones con casi toda la gente se me hacen un poquito complicadas. Me da pena buscarlos, no quiero que sientan que los estoy involucrando en algo en lo que ellos no quieren estar, no quiero que sientan que les estoy colgando responsabilidades o deberes, ni nada de nada. Y tampoco quiero que vengan a tratar de animarme con frases optimistas o con consejos bienintencionados (‘es que ya busca un trabajo’, ‘es que piensa que hay gente muriéndose de hambre’, es que bla, bla, bla). Eso me resulta profundamente incómodo y molesto.
Por otra parte, en el durante es cuando más los necesito. Jodido, no?
El caso es que esta vez hubo personas que se bancaron los peores momentos como los meros machos. A., mi hermana, P., y E.  Uno de los momentos más bonitos fue el viernes que Enrique, Paola y Emilia se echaron un maratón de estar comigo todo el día pasándose la estafeta. Primero vino Enrique a sacarme de la cama y obligarme a ir a comer con él; luego llegó Paola a estar en el depa buena parte de la tarde hablando de todo y nada, al final llegó Emilia a cenar conmigo y a quedarse aquí instalada todo el fin de semana. Los tres fueron tan tiernos, tan sinceros, tan genuinos en su cariño, que de verdad no tengo palabras para agradecerles su apoyo.
Tampoco hay que olvidar la noche que le llamé llorando a A., y él en medio de su ensayo sobre política exterior me dijo que ‘voy a pasar por ti en 10 minutos, quiero que bajes y te vengas a dormir conmigo’. Ya en su casa se la pasó escribiendo en su estudio, pero de vez en vez entraba al cuarto a asegurarse de que no estuviera llorando. Creo que hace mucho tiempo que no sentía que alguien me cuidara. Sentirse cuidada, qué jodido y qué lindo, otra vez.
Lo mejor de esto es que ahora que las cosas están bien, las cosas con ellos siguen bien, como si todo nos hubiera acercado muchísimo más. Paola y yo hemos creado la bonita costumbre de comer juntas una vez por semana. Comemos, hablamos, vamos por un postre, hablamos, tomamos café, hablamos, fumamos, hablamos, y así se nos va la tarde. Nos reímos a veces de ser dos adultas de veinticórrele que cual un par de adolescentes van a comprar donas de KrispyCream a las 4 de la tarde y luego regresan al depa a ver la tele y hablar tonterías.
Las cosas con A. también van bien, creo que es nuestro mejor momento en mucho tiempo. Es el primer tipo que no sale corriendo y que no se comporta distinto conmigo después de que la idea de ‘mierda que N. está loquita de verdad’ se aparece entre los dos. También es al primer tipo al que eso no lo atrae (mi experiencia con los hombres es que en un principio se imaginan que es ‘interesante’ andar con alguien ‘interesante y atormentada’, pero luego se dan cuenta de que no es tan divertido y terminan yéndose a buscar a chicas simpáticas y optimistas y cosas por el estilo). Pero con A. no, con A. ha sido todo muy normal. Estuve deprimida como pude haber estado con la pierna quebrada. Su actitud es exactamente la misma.
La semana pasada estuve en San Miguel de Allende haciendo una investigación sobre partería, entrevisté a todo mundo, el tema me gustó más de lo que me imaginé en un principio. Mi compañera de investigación se llama Liliana, nos hospedamos en un departamento amueblado en el centro de SMA, cuando nos desocupábamos caminábamos, bebíamos cerveza y nos contábamos nuestra vida. Ella es de una comunidad mixe, sus historias sobre la infancia fueron todas divertidas y tiernas. La quise muchísimo durante ese viaje.
Esta semana he estado en el archivo de la palabra buscando una información que requiere una amiga de Argentina que trabaja el tema del exilio. Básicamente mi tarea consiste en leer historias de vida de exiliados argentinos en México y llenar unas fichas que Sole me pasó. El punto es que me he leído casi todo; son historias súper fuertes, súper dramáticas, tan… no sé, tan como de novela. Salgo de Filosofía y como por Copilco, me tomo un café por Miguel Ángel de Quevedo, y todo el tiempo voy dándole vueltas a lo que acabo de leer.
La investigación de parteras y ésta de exiliados me han dejado muchas ideas en la cabeza (pero nada de dinero en la cuenta bancaria), cosas que voy guardando y que quisiera que fueran semillas que un día dieran fruto. Quisiera, por supuesto, que ese fruto fuera algo lindo y no viniera en la forma de una floreciente depresión que hace que un día me duela el mundo, me duela estar viva, y no me pueda levantar de la cama. Ojalá esta vez pueda cambiar de forma la energía y las cosas guardadas no exploten exclusivamente hacia adentro.
Quisiera tomarme una foto hoy, aquí. Son las 7:20, desde mi escritorio se ve el cielo nublado del D.F. Tengo que terminar de arreglar la bibliografía de un artículo que van a publicar en un libro (ya está aceptado!), a las 8:30 va a llegar Kanano a cenar pizza conmigo, mañana a la 1:30 va a venir Quique por mí para que intentemos cocinar una pasta. Sé de cierto que vienen cambios medio dramáticos y medio radicales en mi vida, sé que esto es un tránsito y que me da miedo por irreversible, pero estoy contenta. Estoy zen. Agradezco a la vida, a mi vida, que no deje de dar vueltas.


lunes, 3 de junio de 2013

En la vida real el drama es menos intenso que en el blog. Pero escribir me gusta, me ayuda a poner los sentimientos en una cajita, a releer y releer y hacer una especie de disección de las emociones.

Quizás debería intentar una especie de balance y escribir también de las cosas lindas de estos días, que se concentran en la palabra ellos, mis ‘finales felices’.

También debería decir que estoy profundamente agradecida porque esta vez puedo seguir leyendo y escribiendo. Creo que en el 2009 fue mi depresión más grave, recuerdo mi incapacidad total para articular dos líneas o para concentrarme en la lectura de cualquier cosa. Era terrible.

Pero esta vez leer ha recuperado la posición de ‘actividad salvadora’ que por varias temporadas ha tenido en mi vida. Leo muchísimo porque es de las pocas cosas que hace que me olvide de la especie de bruma que estos días se ha instalado a mi alrededor. He intentado lo mismo con música y con películas, pero hasta ahora la literatura es lo único que logra absorberme de manera casi total.

Terminé Sanshiro; Natsume Soseki se consolida como uno de mis autores favoritos de los últimos tiempos. De sus libros me gusta sobre todo el humor, los personajes inocentes y caradura, la burla recurrente de los intelectuales atormentados.  Y, predeciblemente, me encanta ese estilo contemplativo que imagino tan típicamente japonés.

(Me gusta esta anécdota que se cuenta en el prólogo de Botchan: Soseki vive en Inglaterra un tiempo, pero no es feliz ahí. En cierta ocasión invita a alguien a contemplar cómo cae la nieve – sin duda una costumbre elegante y delicada en Japón – y sólo logra que se rían de él).

A propósito de todo esto, la semana antepasada fui a cumplir con mis compromisos laborales (vaya!) que consistieron en ir a una presentación de los resultados de la encuesta nacional de lectura en México durante el 2012. Los datos son absolutamente deprimentes (no en balde el título de la conferencia fue “De la penumbra a la oscuridad…”).

Los mexicanos identifican la lectura con una actividad meramente escolar, por lo que a partir de cierto rango de edad (es decir, cuando se termina la universidad) disminuye drásticamente el tiempo que pasan frente a los libros. Habría que señalar aquí otro de los fallos de nuestro lamentable sistema educativo: no se están formando lectores autónomos. Docentes que no dejamos sembradas dudas o curiosidades en nuestros estudiantes, que los acostumbramos a leer para pasar el examen pero no a considerar esa actividad como una práctica cotidiana. Desesperanzador.

Otro dato que anoté: sólo el 46.2% de los encuestados respondieron estar leyendo algún libro. Para más de la mitad de los mexicanos leer es una actividad exótica y ajena. No sorprende entonces que el 34% haya respondido, de plano, que “no me gusta leer”.

Más reflejos de la penumbra: sólo en el 15% de los hogares mexicanos hay más de 30 libros que no sean libros de texto. En el 56% hay hasta 10. Es decir, en más de la mitad de las casas mexicanas hay menos libros de los que yo me compro en cualquier FIL. Lo triste de eso es, otra vez, esta idea de los libros y de la lectura como algo no familiar, una cosa ajena, que se sale de la norma.

Ya sé que aquí podríamos hablar también de lo caros que se han puesto los libros últimamente, pero bueno, vaya, yo creo que no es esa la razón de esta ausencia de libreros y bibliotecas (aunque sea con traducciones humildes de la editorial Tomo)  dentro de nuestros espacios íntimos.

El proyecto en el que estoy participando y por el que tuve que ir a esa conferencia es sobre promoción de la lectura en estudiantes de EMS. Los lineamientos que nos han dado desde la parte institucional reflejan una visión de la lectura que tampoco me encanta: una cosa meramente instrumental. Los estudiantes tienen que leer para que sean buenos profesionistas, o para que sean más competitivos, o para que sean más emprendedores, o para que se droguen menos, o para que no entren a las pandillas (¿eh?).

Mi grupo de trabajo son docentes de EMS. Al principio siempre hay una sesión en la que platicamos con ellos sobre la lectura y bla, bla, bla, para tratar de comprometerlos con el proyecto. Los profes expresan opiniones sobre la lectura que tampoco me encantan: la lectura nos hace felices, nos hace ser mejores personas, una persona culta es una persona feliz y realizada, etc., etc. Es decir, una visión totalmente romántica e idealizada de los libros (recuérdenme escribir el post que tengo pendiente sobre una cursilada de textos que andan por la red sobre ‘salir con una chica que lee – salir con una chica que no lee’).

Honestamente, yo no creo que leer nos haga mejores personas, ni más felices, ni más empáticas, ni mejores ciudadanos. No sé bien qué respondería si alguien me preguntara que ¿para qué te ha servido leer en la vida? A lo mejor el chiste está, otra vez, en las respuestas en negativo. No hay que decirle a la gente que ‘tienes que leer para ______’, sino más bien sugerirles que si no leen hay una serie de emociones – ideas – pensamientos que van a quedar fuera de su mundo. Es decir, no plantear para qué sí nos sirve leer, sino qué cosas y posibilidades estamos eliminando si no leemos.

Funcionamos a base de ideas, somos sujetos semióticos que todo el tiempo estamos interpretando la realidad. No estoy diciendo que alguien que no lea no pueda hacer esto, repito, todos funcionamos de esa forma. Así que entonces habría que preguntarnos de dónde tomamos esas ideas (que a la vez interpretamos y resignificamos). De las conversaciones, de la televisión, de lo que nos dice el sacerdote o el astrólogo. Y de los libros, claro. Mi punto es ése, nomás, que no quiere decir que interpretaremos ‘mejor’ la realidad, o que tendremos más ideas, o que éstas serán más lindas; únicamente que, si no se lee, nos cerramos una fuente de sentidos posibles.

Otra vez una frase de Birulés:

“De nuevo podemos recurrir a las palabras de Arendt cuando escribe que ‘esperar que la verdad surja del pensamiento supone confundir la necesidad de pensar con el ansia de conocer’. Pensar es, pues, distinto del conocer y del obrar. El pensamiento, a diferencia del conocimiento, no nos ofrece certezas supuestamente definitivas ni verdades universales, sino, en todo caso, significado, sentido”.

Para eso nos sirve leer, creo. Y, claro, para distraernos de nosotros mismos en las depresiones, faltaba más!