viernes, 12 de abril de 2013

Hace exactamente dos años terminé – terminé con C. No recordaría la fecha si no fuera porque coincide con el cumpleaños de mi roommate. En el 2011 cumplía 30 años, hizo una fiesta rara en la que, por alguna razón desconocida, todos teníamos que ir vestidos de azul.

  Como la fiesta fue en mi departamento (es decir, por eso somos roommates) no tuve más remedio que ponerme una blusa azul y estar todo el rato con cara de fastidio. G. me preguntó que qué me pasaba, le conté a gritos porque había mucho ruido, me pasó las llaves de su novio (que vivía en el piso de abajo del de nosotros), me fui.

  No me sentía violentamente triste como la primera vez que terminamos. No hubo dolores físicos ni llantos interminables. Tampoco me sentía furiosa y con la determinación de ‘ahora sí no quiero verte jamás pinche vato de mierda’. Creo que me sentía sobre todo cansada. Muda. Había un chingo de cosas que sabía que iba a tardar mucho en entender, en perdonar, en contar sin sentirme la mujer más estúpida del mundo. Un montón de cosas a las que tenía que interrogar con calma para sacar conclusiones y no sentir que los 8 años previos de mi vida habían sido para nada y para nada. Como sea, pese a lo urgente de la tarea, me sentía totalmente imposibilitada para empezarla.

  Seguramente perdí tiempo en internet, leí algunos de los poemas que siempre me hacen llorar, hice un dramita light y me dormí.

  La cosa también es, claro, que en ese momento no podía estar segura de que ésa estaba siendo la vez definitiva. Después de tantos años de ir y venir nada podía servir como garantía de que habíamos llegado -  ahora sí de veritas - al punto final.

  Para mí lo único cierto fue descubrir que había muchos matices en las tristezas que era capaz de experimentar. Había una escandalosa que incluía ataques de ansiedad e insomnio. Había una genuina que incluía pensamientos de suicidio, antidepresivos y no poderme levantar de la cama. Y había ésta, que era sobre todo molestia, cansancio, fastidio. No una tormenta sino una llovizna pertinaz que te obliga a caminar con lodo en los zapatos.

  Me acordé hoy porque es otra vez el cumpleaños de mi roommate (esta vez no tengo que vestirme de azul, pero sí hacer acto de presencia en un antro, lo que me emociona casi lo mismo) y porque, curiosamente, estos días siento otra vez los zapatos llenos de lodo. Siento el mismo fastidio, la misma idea de que ‘no tiene caso’, y ni siquiera lo digo con ánimo derrotista sino como mero desgano que constantemente me suelta un ‘¿para qué?’, y entonces no encuentro ninguna respuesta capaz de movilizarme.

   Es absurdo porque debería de estar feliz, pero la neta es que no y no.  Esto parece un estreñimiento emocional. Lo intento y lo intento pero no me sale.

  En los pensamientos random de hace rato me acordé que hace 6 años que no digo (ni escucho) la trillada frase de “te amo”. Como siempre he sido muy mamona con el lenguaje, he tratado de poner esas palabras en una especie de cajón con la leyenda de ‘rómpase en caso de emergencia’. Úsese cuando sea estrictamente necesario. Cualquier abuso será castigado.

  Quise ponerlo en el blog, en el facebook y en twitter pero ñe. Supongo que en un mundo cursi en el que la gente escribe ‘te amo’ alternando mayúsculas y minúsculas, y en el que las parejas se dicen eso por celular antes de terminar una plática intrascendente (‘chiquita, ¿te acordaste de comprar la leche? – Sí – Te veo al rato, te amo – Cuídate, te amo’) mi ‘6 años sin el teamo’ hubiera generado compasión en las almas más generosas, regocijo en las menos cálidas. O algo así.

  Whatever, es mi vida y yo exilio las palabras que me dé la gana.

   Ahora diré, claro, que qué mala postestructuralista que cree que el sentimiento antecede a la palabra. Podría ser al revés mijita, ¿qué no se ha leído a Austin o qué? ¿no sabe que se llaman ‘actos de habla’ porque el lenguaje no es  calca sino herramienta de la realidad (no el papel carboncillo sino el cincel)?

  O sea que si te digo ‘te amo’ en un día próximo quizás termine comprobando la magia cotidiana de estos seres humanos capaces de fabricarse certezas.

  Pero, les dije, el lodo. ¿Para qué?. 

2 comentarios:

Zhenitte dijo...

Cada que termino de leer alguna de tus publicaciones, me siento inspirada a escribir algo en mi viejo blog. Y por eso vengo con frecuencia, me emociona cuando tienes algo nuevo. Me gustaría seguirte en Facebook o en algún sitio donde publicaras con mayor frecuencia.

Amé el párrafo donde describes las tonalidades de la tristeza. Ojalá nunca dejes de escribir. En la era de las publicaciones breves, stalkear en tu blog es un placer.

Muchos saludos.

N. dijo...

Zhenitte:

Muchas gracias por pasar, por leer y por tus palabras tan bonitas.

Hace unos días una señora me preguntó que qué hacía de mi vida, le dije que nada, me dijo que 'acuérdate qué querías ser de niña'. Quería ser escritora. Ñoña forever.

Así que muchas, muchas, muchas gracias por las porras. Un abrazo!