Me levanto tardísimo, creo que
ayer me quedé leyendo hasta la madrugada. Además, he descubierto que levantarse
tarde los domingos es un win - win: descansas todo lo que necesitas y el día
dura considerablemente menos. En este caso son las 12:00 pm y yo estoy apenas
saliendo del sueño y de la cama: acorté considerablemente las horas por venir.
Pero igual hay que levantarse,
así que lo hago. Desayuno en cama un yogurth, que últimamente es mi dieta
favorita de fines de semana; otro descubrimiento: puedo vivir a base de yogurth
griego sin cansarme y sin quejarme.
Hablo un rato con mis seres
queridos: hermana, mamá, A. Por primera vez en todo este tiempo empiezo a
imaginarme cómo será estar en Sudáfrica: qué cosas quiero hacer allá, qué
lugares quiero visitar, qué museos no me puedo perder. Es curioso, alguien como
yo que ha salido tan pocas veces del país debería estar emocionadísima ante la
idea del viaje que se aproxima: un mes completo en un continente totalmente
diferente y, quizás más que diferente, totalmente ajeno para mí. No sé, quizás
si fuera a París o Barcelona tendría un poco más de idea de qué esperar. Pero en
este caso voy a Sudáfrica, país del que tengo un conocimiento considerablemente
limitado: Mandela, el apartheid, el Mundial en el que cantaba Shakira.
Y es también chistosa la vida,
que mi primer viaje largo fuera del país vaya a ser así, tan resultado del
azar.
Creo que todos estos meses he
tenido que concentrar todas mis energías en que no me lleve la chingada, así
tal cual. Quizás por eso todos los fines de semana me siento cansadísima y sin
ganas de salir de la cama o de la casa: me estoy gastando mis reservas de
bienestar en soportar el ambiente laboral. No suena justo y no suena saludable.
Pero, como todavía no puedo
renunciar, supongo que lo más sensato será ir tratando de que ese mundo sea
menos abrasivo con mi vida. Así que por hoy trato de no pensar mucho en eso, de
quitarle fuerza a lo que pasa, de concentrarme en mi vida que sí, por difícil
que sea últimamente, excede lo que pasa en la oficina. Entonces me pongo a
sacar cuentas: faltan apenas cinco semanas para irme. Tengo un montón de
pendientes previos, empezando por ir a hacer el trámite de la visa, y luego ir
a ponerme las vacunas contra la fiebre amarilla. ¿Y después qué?
Suspiro y me pongo a planear
cosas que voy a hacer allá. La única cosa que tengo clara hasta el momento es
que quiero ir a Ciudad del Cabo. Hurgando en internet descubro que hay un tren
que viaja desde Pretoria hasta Ciudad del Cabo: dos noches incluidas porque el
camino es larguísimo. Ni siquiera puedo imaginarme tanta felicidad, viajar dos
días completos en tren por Sudáfrica suena a algo jodidamente bueno. Le llamo a
A. para decirle que qué opina y él, como siempre, me dice que sí, que claro,
que yo puedo hacer lo que yo quiera cuando esté allá. Que él no podrá
acompañarme pero que si quiero me compra el boleto, si me animo a hacer el viaje
sola - dice. Quizás a estas alturas del año no me entusiasma demasiado hacer un
viaje sola otra vez, pero pff, es Sudáfrica y es un tren y suena como a la más
loca de mis fantasías turísticas. Así que sí, espero hacerlo.
Otra cosa que quiero hacer
estando allá es escuchar música. Tampoco sé muchas cosas de las tendencias
musicales sudafricanas, y me imagino que habrá algún tipo de música
postapartheid que me estoy perdiendo. Seguramente habrá un chingo de cosas que
me estoy perdiendo y he desperdiciado todos estos meses tratando de estar en un
nivel mínimo de 'bien' en vez de ponerme a estudiar cosas sobre Sudáfrica. Lo
siento, soy una ñoña provinciana, mis únicos recursos para acercarme a una
cultura tan diferente son las investigaciones por internet. Luego pienso que
voy a estar allá y mi ojo va a dejar escapar un chingo de cosas por no haber
ido con un mínimo de background que me alerte. Angustia y ya qué más, si tan
sólo faltan cinco semanas.
Total, que me pongo a escuchar
los discos de Vusi Mahlasela, quien fue (me entero) uno de los artistas más famosos
anti apartheid. Me gusta. Quizás un par de canciones me suenan algo cursis,
pero en general me gusta: es como caminar en la playa y dejar que un par de
olas apenas me toquen las plantas de los pies. Estoy metiéndome en este país de
a poquito.
Después de hacer esas breves
búsquedas por internet me siento muy contenta y, por primera vez en muchos
días, genuinamente entusiasmada por el futuro. Trato de que ese buen humor me
dure un poco y lo aprovecho yendo sola a la cineteca.
Elijo Güeros, película que
todomundo ha visto y discutido (menos yo). La función es a las 3:00, tengo que
correr para llegar a tiempo y rogar que no llueva en el trayecto. La película me gustó muchísimo, no entendí
nada de la polémica alrededor (o sea, sí, la caricaturización de la huelga y eso
pero en general qué onda vatos, parece que nunca han estado en una asamblea
puma - yo sí he estado y pues, este, así que tú digas no manches que
pensamiento político tan desarrollado pues, no). Quizás el único punto para mis
notas mentales es que en realidad no sé casi nada de la huelga del 99. En ese
entonces yo era una adolescente de 14 años cuya curiosidad por la realidad
nacional era nula. Si acaso escuchaba las pláticas de mis papás y/o profesores,
pero todas estaban basadas en lo que entonces era el lugar común de las
opiniones de clases no-intelectuales sobre la huelga: que si a poco no sabían
los muchachos de la UNAM que en provincia las cuotas de las universidades
públicas eran de 2mil pesos al año y 800 al semestre; que si por qué no mejor
se ponían a estudiar; que si por qué no valoraban las oportunidades que muchos
de nosotros no teníamos (chamaquitos de provincia que en el 99 jamás hubiéramos
podido estudiar historia, física, sociología o alguna de esas carreras que no
se ofertaban en nuestras ciudades).
Pensando en eso me doy cuenta de
que no he comido y me tomo un café con pan en uno de los restaurantes de la
cineteca.
Termino y son casi las 6, pienso
en regresar al depa pero algo adentro de mí se encoge de tristeza: ¿al depa? ¿y
qué vas a hacer con las horas que te quedan? Pero tampoco tengo muchas opciones
así que, ni modo, emprendo el camino de regreso a casa.
Llego a casa y se me ocurre que
no tengo cigarros y que debo ir a comprar unos. A mi celular se le está
acabando la batería, sólo voy a la esquina, lo dejo conectado. Agarro un
billete de 100 pesos, las llaves que estaban sobre el buró, y salgo rápido.
Cuando estoy en la esquina me doy cuenta de que agarré las llaves de la
oficina, no las del departamento. Pánico. Domingo, 8 de la noche, poco varo,
sin celular, sin llaves, sin certeza de que mi rumi vaya a regresar a dormir.
Me acuerdo de que M. vive en la
esquina de mi casa. M. es un chico muy, muy listo, a quien conocí gracias a
twitter. Salimos un par de veces pero luego pues, raro, la gente anda cargando
sus prejuicios para todos lados. M. creyó que yo estaba buscando pareja y me
dijo que lo sentía mucho, que yo le caía súper bien pero que seguía clavado con
su ex. Yo me ofendí y solté un rollo sobre Hannah Arendt, la impredecibilidad
de la acción, y lo estúpido que me parecía que me estuviera diciendo que no me
quería volver a ver porque seguía clavado con su ex: ¿en tu cabeza no existe el
horizonte de múltiples posibilidades? le dije, y luego creo que nos dejamos de
ver.
Sin embargo, M. es la única
persona a la redonda que sé dónde vive y cómo se llama. Así que voy a su
departamento, toco, lo saludo como si nada 'Hey M., ¿estás muy ocupado?' . El
M., sin embargo, es una persona lindilla que baja a abrirme y me propone que,
en lo que llega mi rumi, vayamos a caminar por ahí. So: caminamos mucho rato.
Vamos hasta universidad, compramos un café, regresamos al depa, no hay nadie,
vamos a comprar pan, regresamos al depa, sigue sin haber nadie, subimos a su
depa, me presenta a su gata, se pone a hacer té y nos ponemos a platicar. M. es un tipo cultísimo, con un departamento
lleno de libros, que trabaja como editor en conaculta y que, al parecer, puede
hablar sobre literatura horas y horas. Así que habla sobre literatura horas y
horas mientras yo tomo té, lo escucho, asiento de vez en cuando, me pregunto si
de verdad Q. no va a regresar a dormir y si M. me daría chanza de dormirme en
su sillón sin creer que le estoy echando los perros. Afortunadamente el mundo
nunca lo sabrá porque luego lo acompaño a comprar un garrafón y veo que Quique
está doblando la calle: grito, corro, lo alcanzo, le quito las llaves: estoy
salvada.
Pienso que es una lástima que M.
y yo no seamos amigos. En estos 6 meses de soledad en el D.F. he comprobado lo
que el Kanano me dijo alguna vez: a tus amigos los vas a conocer antes de la
universidad, luego todo está manchado por las posibilidades de sexo - noviazgo
- matrimonio. Bueno, quizás no ha sido tan así, pero de alguna forma sí. En
todo caso, yo soy una mujer que casi nunca le tiene miedo a las posibilidades.
A mí me gusta mucho pensar en eso de que 'podemos ser amigos e incluso todo lo
que queramos' y ese 'todo lo que queramos' significa exactamente eso: podemos
ser amigos que se besan o no, podemos ser amigos que se ven una vez al año para
ir al cine, podemos ser amigos que no se ven nunca pero se escriben correos
largos, podemos ser amigos que se juntan una vez al mes a ver películas de Kim
Ki Duk, podemos bla, bla, bla, bla. Lo malo es que siempre me cuesta mucho
convencer a los vatos de eso. 'Hey, podemos ser amigos o incluso todo lo que queramos'
y ellos, por alguna razón, escuchan 'HEY, tengo 30 y estoy buscando un marido,
te estoy diciendo que podemos ser amigos para luego irme a vivir a tu
departamento' jajaja y pues la hueva mil.
El domingo estuvo bastante
llevadero, me duermo otra vez escuchando a Vusi Mahlasela; espero no llegar a
SA y que todomundo se ría de mis referencias culturales. Pero mientras pues,
está chido:
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