Siempre que se convoca a una
marcha me desespero y digo que ya no voy a ir a ninguna nunca más: “¿a cuántas
marchas hemos ido sin lograr nada, eh?”, les digo a mis amigues que insisten en
que “lo importante es seguir luchando”. Pero luego termino yendo, cada
vez. Regreso a casa cada vez más cansada
y también cada vez (cada puta vez) pensando que “a lo mejor ahora sí ya
logramos que cambie este país”. En mi
caso la esperanza es tan terca que siempre termina ganándole a la
experiencia. Antes no, ¿pero cómo sabes
si ahora sí? ¿cómo sabes si quizás esta vez es LA vez? Si así fuera yo no me la
quiero perder. Y entonces vuelvo a marchar.
Incluso ahora, que soy
funcionaria de cierto lugar y tengo un horario de 9:00 a 7:00 muy al sur. Ayer
traté de terminar pendientes; luego no pude y pensé que “a la chingada los pendientes,
mañana llego temprano”. A eso de las 5:00 me quité los tacones godinez,
me puse los flats de emergencia que siempre están en mi cajón, y me fui a
marchar. De paso, convencí a tres
personas de la ofi de que me acompañaran.
El metro iba lentísimo, llegamos
cuando ya habían salido varios contingentes del ángel. Por suerte encontramos
muy fácil al “Bloque Rosa”, a quienes, desde que las descubrí, trato de unirme
en cada marcha. Es que es lo máximo el Bloque Rosa: encabezan cuatro chicas
feministas con la cara cubierta al estilo Pussy Riot; arman una batucada y
todas las feministes y demás van ahí cantando, bailando, aplaudiendo y gritando
consignas muy cagadas (“la jotería también es rebeldía” “sin maricones no hay
revoluciones” “pucha con pucha, lesbianas en la lucha”). Me encanta que la idea
es consignas no sexistas, así que en vez del “que lo vengan a ver, que lo
vengan a ver, ese no es presidente es una puta de cabaret”, gritan (con el
mismo tono) “que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, ese no es presidente es
un fascista, macho, burgués”. Ídolas.
Mi pequeño grupo de feministas
institucionales se unió a la batucada feminista un buen rato. Nuestra primera impresión
fue que había mucha más gente que en la
marcha pasada: todo se hacía más lento. Atrás de nosotras marchaba un
contingente gigantesco de la Facultad de Química de la UNAM. Era bonito verlos
a todos con sus batas blancas y sus caras serias.
Luego nos dieron ganas de echar
un goya, pero en el Bloque Rosa esas
cosas no entran. Decidimos salirnos y
esperar a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Craso error: la FCPyS venía
muy atrás y la marcha iba lenta. “Metámonos donde sea”, dijo una. Y ese donde
sea fue lo primero que pasó por enfrente: una banda tocando canciones fúnebres
oaxaqueñas y guerrerenses. Nos metimos ahí y pasamos del alboroto de la
batucada a la solemnidad de marchar por nuestros muertos. No pude averiguar de
dónde salió ese contingente, pero todo el tiempo iba la banda fúnebre y el
resto atrás, con seriedad, sin consignas, con lágrimas. Estamos aquí porque nos
faltan los muertos. Nuestros muertos.
Alguien del pequeño grupo quiso
salirse a buscar a otra persona que nos esperaba en la
esquina. Nos salimos y ya no pudimos unirnos a la banda fúnebre. Marchamos un
rato ahí, sin contingente, entre gente que parecía haber ido sola o en pequeños
grupos como nosotras.
Entrando al primer cuadro de la
ciudad, decidimos que queríamos hacer la entrada al Zócalo con el Bloque Rosa
(era chistoso nuestro pequeño grupo tomando decisiones: ¿vamos a entrar al
zócalo así sin gritar? ¿todavía estamos en tiempo de alcanzar al bloque rosa?
¿y si cortamos por Madero y las buscamos ahí?). Salimos, corrimos, las volvimos
a alcanzar. Entramos al zócalo con ellas. Fue una cosa muy emocionante. Yo no
cuento porque lloro por todo, pero ayer empecé a llorar desde el primer “vivos
los queremos”; se me enchinaba el cuero de escuchar a tantos jóvenes reclamando
las vidas, los cuerpos, las semillas (y ojalá también la lucha).
Estuvimos un rato en el zócalo,
los grupos se organizaban y reorganizaban. Se encendían veladoras, un grupo en
una esquina pintaba de blanco unas letras que de entrada no entendimos muy bien
(“FUE EL ESTADO”, vimos después).
Alguien de nosotras quería subir a una de las terrazas que rodean el
zócalo a tomar fotos: “mañana van a decir que vino muy poca gente,
hay que tomar una panorámica”. Encontramos a otra amiga y nos subimos a la
terraza del Gran Hotel de la Ciudad de México. Acaparamos el balcón (no sólo
nosotras, había un montón de fotógrafos amateur ahí arriba) e hicieron las
tomas buscadas. El zócalo no se llenó, pero casi. Velas, pintas, música,
globos.
Pedimos una ronda de cervezas
(¡pues ya qué!) y empezamos a comentar todo (es parte de mis rituales
personales terminar lar marchas tomando algo con las personas con quienes haya
ido. Esa reflexión colectiva me parece lo más sabroso y necesario de todo). A.
llegó antes que nosotras al zócalo, nos contó que uno de los papás de los 43
dio un discurso muy conmovedor “yo no sé dónde está mi hijo pero sé que él
sabe, ahí donde esté, que estoy muy orgulloso de él”. Especulamos un buen rato.
El pronóstico es que Ángel Aguirre renuncia en estos días. A ver si le
atinamos.
Llegamos a casa cansadísimos.
Emocionados, consolados, “ojalá que ahora sí se vayan todos” decimos antes de
dormirnos. “Yo creo que sí - me dice A. - que cuando regresemos a México vamos a
encontrar un país diferente”. Ojalá, le digo yo. Y me duermo con consignas
flotándome en los oídos, y con imágenes de un país por descubrir flotándome en
los ojos.
3 comentarios:
Qué indignante, ¿verdad? Algo que ha estado presente por décadas y no debería: ese abuso, desconsideración, y crimen.
La acción politica ciudadana y movimientos sociales significativos son válidos, y son elementos de cambio cuando se llevan a cabo como deben de ser.
Buen relato... Es triste.. todo esto es triste
La consternación es mundial. Desde Chile hemos visto con indignación la tragedia que vive México, un país tan querido por los chilenos.
Sigan luchando, no se desanimen!!
Desde acá observamos su lucha con admiración y los tenemos presentes en nuestros pensamientos.
Un abrazo desde Chile y sigan luchando, que al final América es una solo, es la Patria Grande.
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