Así que la tristeza de
despedirse de alguien de forma tan definitiva es esto. Un recuerdo borrado para
siempre porque ya no hay con quién compartirlo.
Ella, que me conoció a mis
18. Que me vio llegar y luego irme, y luego irme más lejos. Ella, que tanto
podría hablar de mí.
Y ahora esos recuerdos, esas
huellas, ya no existen.
Y ahora lo que yo sienta por
ella ya no importa porque ya no es comunicable. Pase lo que pase, haga lo que
haga, duela como duela: ya no puedo llamarle para decirle que la quiero mucho,
que le agradezco el montón de cosas que hizo por mí.
Ella fue una de esas
personas que me miraban con la certeza de que yo ‘era especial’. Quizás las
primeras miradas generosas que recibí dentro de esto que hemos decidido llamar ‘la
academia’ vinieron de ella. Y hoy, 10 años después, sé lo que importa en este medio sentir eso: que alguien cree que lo que estás diciendo no son puras pendejadas. Que quién quita y un día puedas decir una cosa de verdad importante.
Me reiría de cosas que ahora
parecen tan graciosas, si no es porque lo que me sale son sonrisas
infinitamente tristes. Como esa vez que alguna fundación le dio dinero al
colectivo y nosotras consideramos que no estaba mal usarlo para pagarnos una
cena ‘por todo la joda que nos hemos metido organizando cosas por el bien de la
sociedad’. Y ella se encabronó cuando vio la factura, y nos regañó horrible, y
nos dijo que ‘esto, aquí y en China, lo hagan como lo hagan, se llama desvío de
recursos’. Desvío de recursos, suena
tan gracioso ahora (hay que imaginarlo: un grupo de cinco chamacas haciéndole
al feminismo que un día se hartaron de ‘estar trabajando gratis’ y agarraron
dinero del colectivo para pagarse una cena en un restaurante. Y luego ella que
se encabronó y nos metió una regañada como si fuéramos diputadas clavándonos el
60% de los impuestos de la gente pobre. Pues así era: norteña y derecha como el estereotipo manda).
Le decíamos ‘mamá’ aunque
nunca tuvo hijos. Le decíamos ‘compañera’ cuando nos sentíamos combativas. Le
decíamos ‘por favor’ cuando necesitábamos que interviniera con algún profesor
que nos estaba haciendo la vida imposible.
Duele tantísimo saber que ya
no está.
No puedo descifrar ni
explicar este sentimiento que es muy nuevo para mí. Se murió mi amiga. Se murió
mi amiga. Se murió mi amiga.
Llevo toda la tarde
repitiéndomelo y luego tratando de olvidarlo.
Pero supongo que cuando
se muere alguien así, tan querido, con quien has compartido tanto de tu propia
historia… bueno, supongo que ahí empieza también la muerte propia. Ya no hay
testigos, ya no hay cómplices, ya no hay quién pueda compartir ese recuerdo.
Estoy hoy un poquito más sola, un poquito menos viva.
1 comentario:
Si le decían mamá, entonces sí tuvo hijos... o hijas.
Un abrazo, Natita... te mando un abrazo desde acá.
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