Está bien que este blog es mayormente el lugar donde le doy rienda
suelta a mis depresiones, dramas y melodramas, pero creo que para variar un
poco estaría bueno también tener acá el registro de estos días en los que la cosa
va mejorando. Como platicaba hace poco con G., los episodios depresivos siempre
son feos y marcan algo así como un antes y después en nuestras historias, pero
igual o más importante es el proceso de recuperación.
Creo que de todos mis procesos de recuperación, quizás éste sea el que
más estoy disfrutando, el que más estoy tratando de bordar despacio y con
conciencia. Me parece que en los anteriores la idea era estar lo mejor posible
lo antes posible, y por eso mismo no me sumergía demasiado. Siempre dije que no
me interesaba conocer las raíces del asunto, y si hice psicoanálisis un año fue
nomás porque mi mamá me insistía en hacer terapia, y porque el psiquiatra me
tenía condicionadas las recetas de ansiolíticos a la comprobación de que estaba
acompañando la medicación con un proceso de otra índole.
Crezco, afino, crezco. Ahora sí me interesa ponerme en paz. Ahora sí me
siento fuerte como para preguntarme qué mierdas pasó, por qué, y cómo se me
ocurre que podemos arreglar las situaciones que me generan o generaron
incomodidad. Regresé al citalopram (maravilla de maravillas), pero también
inicié una terapia psicológica desde un método nuevo para mí.
Todavía me angustia pensar a largo plazo, todavía me duele el estómago y me dan ganas
de vomitar cuando pienso en el 2014; pero por lo menos ahora no me siento mal
de que todos mis planes sean de muy corto plazo. Estos días los vivo a la
espera de irme a Saltillo, allá estaré un mes completo, luego regresaré al D.F.
a empezar cosas nuevas, y luego ya veremos.
Mientras tanto hay cosas pequeñas (o no tanto) que estos días me hacen
sentirme muy feliz, muy tranquila, hasta me pongo cósmica y zen, y hasta
agradezco la oportunidad (o la exigencia) de hacer pausas que me obliguen a
dejar de ver ciertas cosas, y a ver con más atención y detalle otras. Hacer
pausas, respirar. No me gusta que mi cerebrito me las imponga con ataques de
llanto, pero agradezco que algo adentro de mí me marque escandalosos semáforos
en rojo de tanto en tanto para darme la oportunidad (o la demanda) de reevaluar
mi vida. Suena jodido y cansado, y es jodido y cansado, pero también tiene una
parte buena.
Duermo muchísimo, pero ya no con culpa o por evasión. Simplemente no
tengo horarios, y me levanto de la cama cuando me da mi real gana. A veces
salgo a comprar pan dulce o jugo a las 10:00 de la mañana, y me siento
absurdamente feliz de pensar que los días más tranquilos de mi vida están
ocurriendo en la ciudad más enloquecida del mundo. Como dice A., ‘no te das
cuenta de lo afortunada que eres por no odiar el despertador’.
Bajé un poquito de peso, y me corté y pinté el cabello. Nunca había
estado tanto tiempo en una estética porque soy una persona bastante
conservadora con mi apariencia física (y tampoco es que haya hecho los grandes
cambios). Se me ocurrió sacar cita en un salón de belleza, fui, me corté como
10 centímetros de cabello y me lo tiñeron dos tonos más claro. No se nota muchísimo,
pero creo que me queda bastante bien. El corte, además, es de esos que no se ve
chido si no te lo peinas, así que eso me obliga a pasar más tiempo arreglándome
antes de salir, y eso tiene como efecto que últimamente siempre salgo de mi
casa pensando que me veo guapísima. Es una tontería, ya lo dije, pero incluso
estoy considerando seriamente la idea de poner espejos – o por lo menos uno de
cuerpo completo - en mi recámara (tengo un issue grandote con mi físico, así
que el único espejo que hay es de algo así como de 15 por 10 cm).
Cuando pasa la depresión no tengo líos en contárselo a casi todo mundo
(‘me puse muy mal en mayo, pero ya estoy mejor’), pero en el durante por lo general las relaciones
con casi toda la gente se me hacen un poquito complicadas. Me da pena
buscarlos, no quiero que sientan que los estoy involucrando en algo en lo que
ellos no quieren estar, no quiero que sientan que les estoy colgando
responsabilidades o deberes, ni nada de nada. Y tampoco quiero que vengan a
tratar de animarme con frases optimistas o con consejos bienintencionados (‘es
que ya busca un trabajo’, ‘es que piensa que hay gente muriéndose de hambre’,
es que bla, bla, bla). Eso me resulta profundamente incómodo y molesto.
Por otra parte, en el durante
es cuando más los necesito. Jodido, no?
El caso es que esta vez hubo personas que se bancaron los peores
momentos como los meros machos. A., mi hermana, P., y E. Uno de los momentos más bonitos fue el
viernes que Enrique, Paola y Emilia se echaron un maratón de estar comigo todo
el día pasándose la estafeta. Primero vino Enrique a sacarme de la cama y
obligarme a ir a comer con él; luego llegó Paola a estar en el depa buena parte
de la tarde hablando de todo y nada, al final llegó Emilia a cenar conmigo y a
quedarse aquí instalada todo el fin de semana. Los tres fueron tan tiernos, tan
sinceros, tan genuinos en su cariño, que de verdad no tengo palabras para
agradecerles su apoyo.
Tampoco hay que olvidar la noche que le llamé llorando a A., y él en
medio de su ensayo sobre política exterior me dijo que ‘voy a pasar por ti en
10 minutos, quiero que bajes y te vengas a dormir conmigo’. Ya en su casa se la
pasó escribiendo en su estudio, pero de vez en vez entraba al cuarto a
asegurarse de que no estuviera llorando. Creo que hace mucho tiempo que no sentía
que alguien me cuidara. Sentirse cuidada, qué jodido y qué lindo, otra vez.
Lo mejor de esto es que ahora que las cosas están bien, las cosas con
ellos siguen bien, como si todo nos hubiera acercado muchísimo más. Paola y yo
hemos creado la bonita costumbre de comer juntas una vez por semana. Comemos,
hablamos, vamos por un postre, hablamos, tomamos café, hablamos, fumamos,
hablamos, y así se nos va la tarde. Nos reímos a veces de ser dos adultas de
veinticórrele que cual un par de adolescentes van a comprar donas de KrispyCream
a las 4 de la tarde y luego regresan al depa a ver la tele y hablar tonterías.
Las cosas con A. también van bien, creo que es nuestro mejor momento en
mucho tiempo. Es el primer tipo que no sale corriendo y que no se comporta
distinto conmigo después de que la idea de ‘mierda que N. está loquita de
verdad’ se aparece entre los dos. También es al primer tipo al que eso no lo
atrae (mi experiencia con los hombres es que en un principio se imaginan que es
‘interesante’ andar con alguien ‘interesante y atormentada’, pero luego se dan
cuenta de que no es tan divertido y terminan yéndose a buscar a chicas simpáticas
y optimistas y cosas por el estilo). Pero con A. no, con A. ha sido todo muy normal. Estuve deprimida como pude haber
estado con la pierna quebrada. Su actitud es exactamente la misma.
La semana pasada estuve en San Miguel de Allende haciendo una
investigación sobre partería, entrevisté a todo mundo, el tema me gustó más de
lo que me imaginé en un principio. Mi compañera de investigación se llama
Liliana, nos hospedamos en un departamento amueblado en el centro de SMA,
cuando nos desocupábamos caminábamos, bebíamos cerveza y nos contábamos nuestra
vida. Ella es de una comunidad mixe, sus historias sobre la infancia fueron
todas divertidas y tiernas. La quise muchísimo durante ese viaje.
Esta semana he estado en el archivo de la palabra buscando una
información que requiere una amiga de Argentina que trabaja el tema del exilio.
Básicamente mi tarea consiste en leer historias de vida de exiliados argentinos
en México y llenar unas fichas que Sole me pasó. El punto es que me he leído
casi todo; son historias súper fuertes, súper dramáticas, tan… no sé, tan como
de novela. Salgo de Filosofía y como por Copilco, me tomo un café por Miguel Ángel
de Quevedo, y todo el tiempo voy dándole vueltas a lo que acabo de leer.
La investigación de parteras y ésta de exiliados me han dejado muchas
ideas en la cabeza (pero nada de dinero en la cuenta bancaria), cosas que voy
guardando y que quisiera que fueran semillas que un día dieran fruto. Quisiera,
por supuesto, que ese fruto fuera algo lindo y no viniera en la forma de una
floreciente depresión que hace que un día me duela el mundo, me duela estar
viva, y no me pueda levantar de la cama. Ojalá esta vez pueda cambiar de forma
la energía y las cosas guardadas no exploten exclusivamente hacia adentro.
Quisiera tomarme una foto hoy, aquí. Son las 7:20, desde mi escritorio
se ve el cielo nublado del D.F. Tengo que terminar de arreglar la bibliografía
de un artículo que van a publicar en un libro (ya está aceptado!), a las 8:30
va a llegar Kanano a cenar pizza conmigo, mañana a la 1:30 va a venir Quique
por mí para que intentemos cocinar una pasta. Sé de cierto que vienen cambios
medio dramáticos y medio radicales en mi vida, sé que esto es un tránsito y que
me da miedo por irreversible, pero estoy contenta. Estoy zen. Agradezco a la
vida, a mi vida, que no deje de dar vueltas.
3 comentarios:
Parece que has encontrado algo; bien por ti.
Aburrido? Bromeas?! es de lo mejorrr que he leído por aquí, Señorita Melancolía!! Celebro que también aquí compartas tú alegría :D
Un abrazote y sonrisas :D :*
E.E.
Me alegra mucho leerte. Me deja pensando tantas cosas...Yo me quedé con ganas de que pusieras una foto en este post, como para darle color a la persona que tan finamente retratas en tus letras.
Ojalá nunca abandones tu blog.
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