viernes, 12 de febrero de 2016

12 de febrero 2016

Pensamientos random del aquí/ahora

1. Siempre me pasa lo mismo: primero no quiero llegar, y luego no me quiero ir. No sé si alguna vez me voy a acostumbrar a las despedidas, a sentir que tengo los afectos tan desperdigados, con tantos paréntesis / ausencias entre nuestras vidas.

Las primeras semanas en Saltillo fueron un poco difíciles, muchos ajustes y desajustes en la convivencia familiar y en mi pronunciado cambio de rutina (sin chamba, con el cuarto propio un poco reducido, sin las amigas de siempre, etc.). Pero luego de eso las últimas semanas se han tratado del amor incondicional. Es cursi pero es así: esos amores que sabes que no importa lo que pase, van a estar ahí, constantes. Eso es absolutamente sanador. Para bien o para mal, me doy cuenta de que mis afectos en Saltillo son los menos mediados por la rutina, y más mediados por eso que puedo pensar 'lo que en realidad soy'. Son pocos, porque me imagino que esta calidad en los sentimientos es escasa y yo soy afortunada de que acá estén no sólo en mis papás o en mi sobrino, sino también en vínculos no mediados por el parentesco: Sergio y Emilia, los amigos más fieles y cariñosos que una podría haber pedido o siquiera imaginado.  

He visto a muchísimas viejas amistades, y ha sido padre compartir el rato con ellas para ponernos al tanto de nuestras vidas, una rápida actualización de noticias de los últimos 7 años frente a un café o cerveza, para después irse cada quien muy por su lado, para volver a ser los extraños que hemos sido durante todo este tiempo. 

Pero con Sergio y con Emilia no es así, porque de alguna manera le hemos hecho para que estos años no se sientan en la relación, para que los resúmenes ejecutivos no sean tan necesarios porque mal o bien estamos un poco al tanto de lo que nos pasa. Es padrísimo llegar a Saltillo, verlos, apretar el botón de 'play' en la amistad - otra vez - y sentir que todo fluye sin pausas, desgarraduras o rasguños. Si el amor existe de muchas formas y es lo único que vale la pena en nuestras vidas, yo estoy segura de que antes de morirme voy a ver sus rostros y ese amor compartido de truenes, viajes, camas de hospital, el bar de siempre. Si ésta es la recompensa a decidir serle fiel a un afecto, no hay cosa que yo podría recomendarle más a mis hipóteticos hijos/as: tengan amigos, pero amigos de verdad, de esos con los que uno hace el compromiso interno de quererlos a pesar de todo, de que sean tus compañeros de viajes (nota no al calce un poco extraña: no estoy segura de haber sido capaz de construir algo así con mis amistades en el D.F.)

Y de mis papás no hay nada que pueda decir que sea distinto. Nuestra relación ha sido complicada como todas las relaciones padres/hija del mundo, pero al final estamos aprendiendo (todavía, cada día) a demostrarnos que nos queremos como somos, por mucho que eso que somos a veces no sea fácil de entender. 

Así que ahora que me voy dentro de unos días pues, no sé, estoy triste sólo de pensar en que voy a perder todo esto, otra vez.  Ni siquiera quiero pensar en ese abrazo final de temporada, estoy segura de que voy a ponerme a llorar porque, de alguna forma, estos constantes viajes me han hecho más alerta de que es cierto que nada puede regresar a nosotros de la misma manera. Este tiempo de recuperación me salió mejor de lo esperado, y ahora tengo que agarrar fuerzas y seguir.

2. Luego resulta que mi vida, cuando la narro, me resulta a veces muy ajena. Me voy a 'pasar una temporada' a Sudáfrica. Después regreso y me voy cerca de un mes a Nueva York. Es una locura.  A veces pienso que soy una de esas pocas personas en el mundo a las que de repente empiezan a sucederles cosas que no parecían venir, que no parecían obvias, que no parecía que fueran a formar parte de su futuro, nunca. Y sin embargo... 

Muchas cosas son un asunto de clase (casi todo), y yo, me guste o no, soy uno de esos raros casos de movilidad social en el país. Me ha costado muchas horas de terapia entender esto. Ya he contado antes que mi familia es bien working class, clase media tirando a baja. Una familia en la que he palpado las  doloras consecuencias del desempleo: mi padre y su masculinidad fracturada, mis padres y las carencias materiales y emocionales que nos transmitieron. Ahora que estoy interesada en la sociología de las emociones veo esas cosas de manera muy clara, y veo también de manera muy clara cómo todas esas cosas (emociones) se van quedando escritas en el cuerpo. 

Yo, por ejemplo, nunca aprendí a nadar. Supongo que a mi papá nunca le pareció algo útil de enseñarme (no tuvimos jamás vacaciones en ningún lado,no hemos ido juntos jamás a la playa, no nos hemos hospedado en hoteles con alberca, no nada de nada). No teníamos dinero para pagar un curso de natación (ni de ballet, ni de baile, ni de karate, ni de nada). Así que no aprendí. Y después, y hasta la fecha, las albercas son uno de esos escenarios que siempre me hacen sentir incómoda. Obvio, sí, por los parámetros de belleza heteropatriarcal y mis kilos de más. Pero también porque es un escenario que es tan no - mío, que no forma parte de mi background.  Recuerdo que alguna vez en la adolescencia fui a nadar con el grupo de niños fresas  con los que me juntaba: pocos recuerdos son más embarazosos para mí. Estar ahí sin saber nadar, metiéndome a la alberca sólo a la parte menos honda, mientras ellos se divertían en la parte honda jugando carreritas y stuff. 

Y así como eso hay un chorro de escenarios que me generan incomodidad. Tampoco aprendí a manejar (lo mismo: no había posibilidades de que tuviera un coche, el carro de mi papá jamás ha estado asegurado así que por nada del mundo lo usarían para enseñarle a manejar a una adolescente, etc.). Los aeropuertos me dan pánico (no viajar, eso no me asusta. Lo que me aterra son los aeropuertos, sobre todo cuando no están en lugares de habla hispana: me asusta no saber dónde formarme, no llevar los papeles que necesito, no entender las instrucciones en inglés, perder el vuelo por no entender a qué puerta tenía que dirigirme....).Por muchos años hablar inglés hacía que me muriera de la verguenza, prefería hacer cosas tontas como decir 'este autor, no me acuerdo cómo se llama, el autor de los Versos Satánicos' antes que pronunciar Rushdie de manera errónea.  También por muchos años los restaurantes caros me daban el mal viaje a todo lo que da. 

Poco a poco he ido teniendo que 'domar' algunos de esos miedos o inseguridades. El más fácil: ir a restaurantes gourmet (pese a mi humilde origen social, soy una gordita muy sibarita que adora la comida internacional). El más urgente: aprender a hablar inglés. El más difícil (hasta ahora):moverme en ambientes multiculturales. 

Unos ya van perdiendo toda emoción. Por ejemplo, los aeropuertos ya se me hacen equis y hasta tediosos, en el 2016 viajé mucho  (fui a Mérida, Tijuana, Sonora, Chihuahua, Guatemala, Colombia, Oaxaca) y ya, prueba superada. MENOS cuando es fuera de América Latina, ahí sí me dan pesadillas y no puedo dormir el día anterior. Otro ejemplo: es rarísimo que ahora tengo una amiga maestra gringa que no habla nada de español y a la que veo una vez por semana para tomar café y platicar. Es una NATIVE SPEAKER y hablamos durante dos horas seguidas cada martes. Y la neta es que he llegado a alcanzar momentos chidos en los que se me olvida que estoy hablando inglés. 

Pero otros ahí siguen. Lo que me lleva a: voy un mes a Nueva York este año. En octubre vi que estaba abierta la convocatoria para ir a la escuela de verano de cierta universidad.  Postulé porque... no sé, en mi estado normal no lo hubiera hecho. Pero lo hice porque en mi extrabajo se la pasaban todo el tiempo haciéndome sentir que, o bien era una imbécil que no le podía agarrar la onda a mi puesto, o bien era una soberbia que 'no es tan inteligente como cree que es'.  En ese contexto, empecé a ponerme muy desesperada por encontrar otras  fuentes de validación (acepté hacer consultorías sólo para demostrarme que sí podía trabajar bien con la gente, o me esforcé muchísimo en preparar mis clases sólo para que mis alumnas me admiraran, etc.). Así que cuando vi la convocatoria abierta pues: tiré los dados.  Luego se me olvidó. Luego llegó la fecha de los resultados y, ya con la distancia del p*eg, dije 'ok, si no me aceptan equis, de todas formas ni siquiera lo puedo pagar'. Y taráaaan: llegó el mail. No sólo me aceptaron, me dieron la beca completa. Me voy en verano un mes a Nueva York, a hacer un curso en la New School, con Gayatri Spivak y Judith Butler como docentes. 

Cuando leí el mail me puse feliz, le avisé a A., le avisé a mis amigas, le avisé a mis papás (quienes, antes de felicitarme, se angustiaron). 

Después de dos horas de euforia, me puse a pensar: voy a tener que ir al aeropuerto de NY. Y voy a tener que quedarme en una habitación con gente de otro país. Y el curso será en inglés. Y voy a estar sola. Y yo jamás he ido a Estados Unidos, Y ..... caí enferma. Tuve un dolor de huesos y de cabeza que me duró dos días, en los que casi no pude levantarme de la cama y en los que tuve pesadillas todo el tiempo. 

Parece que este año las aguas vienen muy intensas. Ojalá no naufrague entre mis miedos.