jueves, 21 de enero de 2016

21 enero 2016



Dije que iba a escribir mucho pero en realidad no lo estoy haciendo. También dije que iba a leer un montón, y a hacer ejercicio, y a dormir y 'disfrutar de la vida', pero la verdad es que no estoy haciendo mucho de eso tampoco. 

Hice una cosa muy arriesgada y ahora no sé muy bien cómo seguir. O sea que salté sin red. Renuncié a la chamba, me fui del D.F., me vine a Saltillo y ahora no sé bien qué onda. No sé qué hacer. Odio estar sin trabajo.  Yo, que el semestre pasado trabajaba de 10 a 9, ahora tengo todos los días en blanco. 

Además: estoy en casa de mis papás y eso siempre resulta un poco problemático. 

Además: cada vez tengo menos amigues en Saltillo, menos gente para ir a echar la chela los fines de semana (ya no digamos el café entre semana), y ahora hasta mi mejor mejor amigo está esperando un bebé. 

No sé por qué hice lo que hice (bueno, sí, ya lo conté en el otro post: porque no aguantaba más estar ahí), y no sé por qué escogí Saltillo para lamerme las heridas. 

¿Conté alguna vez que mi tesis de maestría fue sobre el retorno de migrantes internacionales? La melancólica incorregible siempre se ha sentido atraída por la triste historia del retornado: el que cambia la dirección del camino sólo para darse cuenta de que no hay regreso posible. Y así estoy yo ahora, acá. Me la paso llorando en las noches pensando que un día mis papás se van a morir y mi sobrino ya no va a pensar que soy lo máximo en el mundo (o sea: mi sobrino ahora piensa que soy lo máximo en el mundo jaja).  Tengo sueños rarísimos. Me he impuesto la disciplina de buscar a personas a las que hace años no veo, no sé por qué hago eso, pero gracias a fb he mandado muchos mensajes de 'hey, estoy en Saltillo, estaría chido ir por un café', aunque luego no sé qué hacer frente a extraños/as que me preguntan cosas que nunca sé cómo responder. 

Duermo un chorro, me levanto angustiada y mi cuerpo recuerda otros momentos de levantarme angustiada que fueron el prefacio de crisis horribles. Luego me digo 'pero eso no está pasando ahora', me meto a bañar, me hago mi jugo verde y digo 'estoy aquí porque quise, porque quiero'. Pero por si las moscas ya fui hoy a comprar mi dotación de antidepresivos, luego de un año y medio de no tomarlos. Ya pues, sin drama. Madurar a lo mejor se trata de eso: de usar los remedios que tanto trabajo nos ha costado comprobar. Y a mí el Citox siempre me soluciona la vida.

Postulé para dos trabajos y no me han llamado de ninguno. Es absurdo, pero pienso que es por mi extrabajo. Me fui de ahí pensando que 'ya llegará otro trabajo en el que sí valoren lo que puedo aportar', y pues parece que eso no es tan fácil. ¿Y qué tal si no fuera así? ¿qué tal que las del p*eg tenían razón y ni soy tan inteligente, y además qué insoportable, y además la señora Directora ya se dedicó a hablar mal de mí en muchos lados? 

El plan A era el doctorado en SA, pero era un plan A de tal magnitud que apenas hoy entré a ver los requisitos para postular. Y las postulaciones cerraron en septiembre. Lloré un ratito, y luego pues nada, parece que no tengo otra opción más que reconocer que quizás no es algo que quería hacer. O quizás sí quería pero tampoco puedo ser tan exigente conmigo; ya conté lo que fue el año pasado, en serio no tuve cabeza para pensar y planear futuros.

2016, cualquier cosa que hagas me va a sorprender porque pues ahora sí que estoy clueless. Ojalá no seas de los que disfrutan las malas bromas. 

***
Dicho lo dicho,  aquí va la cosa estable de todos mis años, de todos mis días: los libros que terminé en el 2015

1. El palito de naranjo, de Angélica Gorodischer.  Como es de una de mis autoras favoritas no tiene ni caso que diga lo que opino de esta novela. La Gorodischer es una gran contadora de historias, y amo que en sus novelas más recientes se haya dedicado a explorar ese tema tan trivial y salvador que es: 'las vueltas que da la vida'. O sea, cómo es que somos puro cauce por el que van pasando cosas buenas, cosas malas, y que al final es cierto que nunca sabemos lo que los días van a traer consigo. Eso puede matarnos de angustia (ejem), o darnos la posibilidad de vivir en la cuerda tersa de la esperanza.  Qué bonito sería - pienso - que todos en algún momento tuviéramos la oportunidad de narrarnos nuestra historia. 

2. El barón rampante, de Italo Calvino. De éste tampoco tiene mucho caso que diga lo que pienso, porque ya en otros momentos he expresado que quiero mucho a Calvino porque me recuerda muchas cosas de mi niñez. Una vez leí en una entrevista que Calvino dijo que cada que se ponía a escribir pensaba en historias que fueran sobre todo entretenidas para sus lectores, que buen favor iban a hacerle al pasar tiempo con sus letras. No tengo la entrevista a la mano (pendiente el dramapost de lo horrible que se siente desarmar una biblioteca), pero creo que decía que más o menos de eso iba la literatura, de entretener. Ahora, claro, van a saltar las manos de aquellos sabios intelectuales que digan que la literatura es mucho más que eso, y que en última instancia para eso tenemos las novelas de televisa. Como siempre, subestimando a la banda. Pero yo creo que al final lo pesado de la existencia es el tedio de estar vivos, de tener que levantarnos todos los pinches días (y comer, y respirar, y cagar, y dormir.... tedio, tedio), que el aburrimiento es la cosa más humana en el sentido de revelar lo carente que es nuestra esencia.  Así que todo lo que nos aleje de eso, lo que nos haga distraernos, imaginar, entretenernos, bueno pues... supongo que esas son nuestras únicas ventanas.  

Y este libro es Calvino 100%, así que si alguien no lo ha leído y quisiera empezar por algo pues: el barón rampante, sin duda.  Una historia súper loca (un barón que decide que va a vivir en las copas de los árboles, y desde ahí crece, se enamora, medita, discute, etc.) narrada de una manera muy conmovedora. Es un deleite amigues, créanme. 

3. Un verano en Lesmona, de Marga Berck. Lo leí casi de pura suerte (me lo encontré en los pasillos de libros usados en CU) porque, sin ninguna referencia, el tema me pareció interesante. En realidad no es una novela sino cartas que dos primas de familias burguesas en Alemania se enviaban a principios del siglo XX. Me causa curiosidad eso porque, como saben, la historia de las mujeres parece que nunca ha interesado demasiado, y por eso desde hace varios años las historiadoras feministas usan fuentes epistolares para construir otras narrativas historiográficas. Aunque, por supuesto y como era de esperarse, quienes podían escribir eran estas mujeres de clases privilegiadas. También fue un libro que disfruté profundamente, aunque se trate de una historia muy rosa, muy del amor romántico. Y pues es que claro, alejadas de todo el mundo de lo público ni modo que las morras pensaran en otra cosa distinta al príncipe azul. Pese a ello, aquí me descubro otra vez como la cursi que soy (amante de las novelas / películas (basadas en novelas) de Jane Austen, porque cómo olvidarnos de la escena en la que el Señor Darcy está bajo la lluvia....) y pues, qué remedio, amé este libro. 

4. Americanah, de Chimamanda Ngozi Adichie. Bueno, ya, 2015 se trató de leer autores/as que me gustan un chorro. Chimamanda es ahora un fenómeno en la literatura mundial (y además tan joven, y tan feminista, y con una prosa tan profunda...), así que ahora se animó a escribir este libro mucho más light que los anteriores (con los que ganó fama, sobre todo Half of the yellow sun, que es un dramón marca diablo), sobre una especie de autobiografía de una chica nigeriana inmigrante en Estados Unidos, que después de muchos años decide regresar a Lagos.  Más o menos todo gira sobre una historia de amor, cosa que no me pareció lo máximo porque creo que a Chimamanda (con todo lo que ya dije que es) a veces se le va la mano un poco hacia los clichés, entonces la historia de amor creo que es un poco floja. Sin embargo, en todas las demás páginas hay cosas muy divertidas, como la discusión de la raza percibida por una nigeriana en los United States (y, por cierto, la protagonista escribía todas sus reflexiones sobre el tema en un blog), la descripción (esto fue lo más gracioso) de los grupos intelectuales de jóvenes estadounidenses, el capítulo (lo transcribiría con gusto) en el que se dedica a pensar sobre el cabello de las negras y por qué siempre es un pedo,and so.

O sea, no es la gran literatura, no está del nivel de Half of the yellow sun, pero es muy divertido y, lo dicho, yo creo que tienes que ser una gran escritora para escribir algo que haga reir a los lectores/as. 

Estoy tan agradecida por la existencia de esta clase de libros; lo voy a recordar con cariño porque me aligeró las 12 horas que pasé encerrada en un aeropuerto de Brasil (imagínense qué hubiera sido de mí en esas circunstancias cargando otra clase de lectura)

5. The Icarus Girl, de Helen Oyeyemi. Acá como verán tuve mi momento de emoción con la literatura africana (por obvias razones).  Oyeyemi es mucho menos conocida que Chimamanda; también es nigeriana y también es muy joven.  Lo primero que conocí de ella fue esta novela, que además fue su primera cosa publicada (cuando la morrita tenía como 20 años!!). En realidad no la leí, sino que la escuché en un audiolibro pero ps me vale y la voy a incluir en mi lista. Se trata sobre una niña hija de nigeriana e inglés, que  vive en Inglaterra con sus papás, y que un día va de visita a Nigeria a conocer a la familia materna. Hasta ahí todo bien, pero en Nigeria  se le 'pega' un espíritu en forma de niña (a la que sólo ella puede ver) que se llama Tilly Tilly. De ahí en delante la historia se va volviendo cada vez más loca, y pasa de ciertos episodios divertidos de las dos niñas haciendo travesuras, a que la Tilly Tilly se revela cada vez más como un espíritu maligno que hace cosas horribles. El final no se los voy a contar. 

Ya cuando terminé el libro pensé que 'qué chafaaaa', porque hay como muchas cosas que no quedan claras o que nunca terminan de hacer click. Pero es como con las pelis de terror, mientras las estás viendo te emocionan mucho hasta que luego las terminas y dices 'ay, pero entonces a ver cómo es que la chava no se murió si le habían disparado'. O sea que aunque es una novela bien primeriza, mientras estás ahí te tiene pegado. Al menos a mí, no podía dejar de escucharla, amenizó mucho ciertas mañanas en sudáfrica en las que lo único que tenía que hacer era tomar café y esperar que fueran las 12 para caminar a la embajada. 

Además tiene cosas padres que, según  iba a descubrir más tarde, están muy presentes en las reflexiones de la literatura africana (por ejemplo la diáspora - ya esto lo incluye también Chimamanda en Americanah - y las identidades culturales que se van transformando y reafirmando en países como Inglaterra o Estados Unidos).

6. Boy, snow, bird, de Helen Oyeyemi. Le di otra oportunidad para ver si en las otras novelas ya quedaban menos cosas sueltas. Pero pues, no sé, con esta novela me pasa algo rarísimo: no le entendí nada. La historia es simple, es sobre tres chicas (boy - snow -bird) relacionadas de alguna manera (Boy es mamá de Bird y madrastra de Snow); también toca el tema de la raza y, eso sí debo reconocerlo, lo hace de una manera muy creativa. 

De ahí en fuera, he leído que hay gente que considera a Helen Oyeyemi como una gran escritora, pero pues... no sé, por eso creo que hay algo que no estoy entendiendo en su propuesta. Terminé Boy, Snow, Bird y me quedé con la sensación de que necesitaba releerlo porque 'no puede ser que todomundo hable tan bien de esta novela que me pareció tan equis'. Y además sigue dejando un montón de cosas sueltas, y un montón de puntas que parece que nunca tienen nada que ver con nada. 

7. Coconut, de Kopano Matlwa. Esta novela me interesaba porque fue escrita por una chica muy joven que es Sudafricana (no nigeriana, que parece que son las más conocidas en el mercado de la literatura de african fiction; o sea, baste decir que las novelas de Chimamanda y Oyeyemi las compré en México, mientras que ésta la compré en Sudáfrica). 

Está centrada en la raza, pero más que en las relaciones interraciales (como las otras), en el conflicto identitario de las personas de color en un país tan lastimado como Sudáfrica. Ahí fue donde prendí el primer foco rojo: esta joven escritora, que acaba de ganar un premio nacional, está escribiendo sobre raza 20 años después del apartheid. Y así poco a poco he ido dándome cuenta de lo increiblemente presente que sigue el apartheid en la sociedad sudafricana. Me deja tan en shock porque fue algo tan fuerte y está tan vivo que... no sé, todavía no sé muy bien cómo relacionarme con eso como extranjera. 

Pero bueno, volviendo a Coconut, son en realidad dos novelas cortitas (¿o cuentos largos?) sobre dos realidades negras muy diferentes: el primer cuento es sobre una familia negra muy rica, en la que los chicos no saben muy bien cómo encajar: van a colegios ricos, pero en su casa no hablan inglés; tienen amigos blancos, pero se avergüenzan de los rituales que su abuela quiere hacer cuando algo malo sucede en la familia. El segundo cuento (que fue mi favorito) va sobre lo contrario: una mesera negra, muy pobre, que se desvive por pertenecer al gremio de los blancos; el tema es un poco trillado, pero el cuento es muy lindo porque está escrito de una manera super simple y conmovedora. 


8. The bang, bang club, de Greg Marinovich y Joao Silva. Este libro de no ficción recoge las memorias de un grupo de fotógrafos sudafricanos que cubrieron varias guerras, principalmente la guerra interna en SA previa a la caída del apartheid (o sea los 20 años del 74 al 94).  Está relativamente bien escrito, y es interesante la vida de los cuatro fotógrafos y la manera tan honesta en que los autores cuentan las cosas no sólo vistas sino vividas (mucha droga para resistir, dos premios pulitzer y el glamour que eso trajo, las presiones absurdas del público sobre '¿y ustedes sólo están ahí tomando fotos en vez de ayudar a los niños que fotografían y que claramente están muriendo de hambre?').  A mí lo que más me gustó es que me ayudó a seguir entendiendo cosas.  Porque claro, una cosa es que sepas que los últimos años antes de la caída del apartheid fueron horribles, y otra cosa es que leas una descripción detallada de cómo cierto grupo Zulu quemó vivo a un iXhosa, y cómo el gobierno blanco era el principal alentador de la violencia entre tribus negras para mantener viva la idea de que 'estos seres bárbaros no se pueden gobernar a sí mismos'. 

Después de leer estos horrores, entendí muchas cosas que iba viendo en los grupos sudafricanos de fb en los que estoy inscrita. Pensar que algunas de las personas que comentan ahí tienen aún recuerdos de primera fuente sobre estas cosas tan terribles. Pensar que muchos de ellos tienen muertos/as de estos años. Cuando estaba allá fuimos a ver una obra de teatro en Cape Town que iba sobre el tema de las desapariciones políticas durante el apartheid (Born in the R.S.A). Cuando salimos una señora tuvo un ataque nervioso y se puso a llorar muchísimo, mientras un señor la abrazaba y le daba la mano. 

Ese pasado sigue muy presente, muy. Y quizás está mal que esa sea una de las razones por las que me emociona volver a ir, pero es así: es una de las razones por las que me emociona volver a ir. 

9. Tres ataúdes blancos, de Antonio Ungar. Luego ya me cansé un poco de leer en inglés, y quise leer algo latinoamericanísimo. Así que me eché este libro que compré en Colombia, que es como un thriller político de cualquier país latinoamericano: la demagogia, la corrupción, el protagonista al que poco a poco le van matando toda esperanza. Y en medio: una historia de amor, pero ésta sí debo reconocer que le quedó muy chingona al autor (fíjense, es que escribir historias de amor que no caigan en clichés está cabrón). Creo que es de lo mejor que leí este año, la narración es impecable, el ritmo no afloja nunca (así que es de esos libros que no sueltas ni un minuto), la historia es muy original (aunque nos suene tan conocida). Lo recomiendo mucho. 

10. Sin remedio, de Antonio Caballero. Otro colombiano importado de mi viaje. Es un libro muy largo así que el hecho de que lo haya terminado puede ser suficiente recomendación. Además de eso, diré que el narrador/protagonista sería algo así como la versión latinoamericana de un personaje de John Kennedy Toole. Un tipo muy inteligente, culto, nihilista, cuya mayor aspiración en la vida es dormir y 'no actuar', que sin embargo se ve involucrado en aventuras muy diversas gracias a que 'los otros' siempre están jodiéndolo para que actúe y, en última instancia, obligándolo a estar vulgarmente vivo.  Es un libro divertido en algunas partes, un poco tedioso en otras, y lo que de plano no me gustó es que en cada nueva aventura de nuestro amiguito protagonista tenía que involucrarse una morra a la que se quería coger. O sea, a ver, yo no quisiera convertirme nunca en la feminista puritana que no lee libros sexistas (o sea,me quedaría leyendo qué?). Pero de todas formas no puedo evitar sentir disgusto cuando un tipo tan brillante como el señor Caballero decide poner a sus personajes femeninos siempre encuadrados en un cliché (la modelo conflictuada y guapísima, la niña rica marxista y buenísima, la come hombres desesperada por casarse, la mujer castrante del mejor amigo, la empleada doméstica indígena y dócil para el sexo) y sólo a partir de la voz masculina criticar estos clichés, y burlarlos, y seducirlos, y añadirlos al anecdotario. 

Ojalá los señores escritores brillantísimos les concedieran a sus personajes femeninos un poquito más de complejidad, de inteligencia (y en la vida real lo mismo eh!).


Y bueno, eso fue todo lo que leí el año pasado. 

***
BTW: Muchas gracias a las tres personas que comentaron en la entrada pasada, me hizo sentirme medio resucitada en esta época de likes y comments, y de blogs tan en los que no pasa ni una mosca.
















jueves, 7 de enero de 2016

2015

Vuelvo a escribir. Dicen que la vida no es otra cosa que la pura narraciòn, y a mí la neta los formatos narrativos contemporáneos (twitter, instagram, etc.) no me favorecen mucho. 


El punto es: me siento tonta si no escribo. Aunque lo que escriba sean mayormente tonterías, tengo más o menos 15 años usando la escritura autobiográfica como la forma más probada de encontrarle sentido a lo que pasa.  Así que eso, el 2016 voy a escribir un montón (avisados están) aunque todavía no sé muy bien si en este blog o en otro espacio, ya se verá.

Por fin se termina hoy el 2015, uno de los años más difíciles que recuerdo haber vivido. Lo interesante o novedoso fue que esas dificultades fueron (hell yeah!) mayormente externas. O sea palpables, que pasaban ahí, en el mundo tan desordenado y tan incomprensible que sucede fuera de mí. Me voy a poner una estrellita gigante en la frente porque este año las dificultades no vinieron de mis abismos, sino de los baches del jodido mundo real real.  Es decir: me pasaron un montón de cosas. Esa expresión me gusta mucho porque es tan literal: un chorro de cosas pasando por ti, por lo que tú eres, por tu cuerpo y tus emociones. Gente pasando por ti. Ideas pasando por ti. Accidentes, eventualidades, horas, domingos: todo eso pasando a través tuyo. Lo que siempre digo: somos puro cauce amigues, you better understand that. 

Quizás lo más jodido  de todo fue mi enfermo ambiente laboral. Tantos años huyéndole a las oficinas para después terminar aceptando chamba en la oficina más oficina de todas. Una apestosa jerarquía y una cultura organizacional que olía a viejo, a podrido, al México del PRI de los setentas. Una jefa que se portaba como la reina de corazones, arbitraria, irracional, como una niña de 14 años peleándose con la subalterna que osó no rendirle pleitesía. Pequeño detalle morra: no éramos las protagonistas de Mean Girls compitiendo por ser populares, éramos jefa -. trabajadora y tú no dudaste en usar esa posición para chingarme. Otra novedad del 2015: yo, tan siempre - en - mi - pedo, tan no me gusta enojarme con la  gente, tan todos mis exnovios me recuerdan con cariño y se han tomado cafés conmigo en su calidad de exes, tan mis amigas de la primaria siguen siendo mis amigas, etc., etc., supe, por primer vez en toda mi existencia, lo que se siente tener enemigas: se siente horrible y no se lo deseo a nadie. 

Evidentemente, puedo vivir con la idea de no ser una mujer simpática que conquista corazones, eso me parece bien. Pero de ahí a que haya gente destinando tiempo, energía, esfuerzos, etc., para hacerte daño, para verte pasarla mal y encontrar alguna especie de placer en eso es como... oigan, humanas, ¿por qué hacen esas cosas? Supongo que es el poder amigues, el poder que vuelve locas a la mayoría de las personas, o por lo menos a todas las que no hacen un esfuerzo consciente por relacionarse con éste de maneras distintas (construirlo, pensarlo y ejercerlo en formas no opresivas, ¿será eso posible?).

Y luego acá pues eran podercitos pedorros, ni siquiera los intereses de la nación en juego. El podercito pedorro de 'soy la amiga de la DIRECTORA (que en esta institución decimonónica las directoras son como emperatrices que no tienen que rendir cuentas a nada ni nadie), N. no le cae bien a la DIRECTORA, ergo: mi deber es chingar a N. y llevarle eso a la DIRECTORA para que vea que estamos de su lado. De su lado, señora DIRECTORA. amabilísima DOCTORA, dueña de la comprensión absoluta de las teorías de género: usted tiene razón: N. es una pinche soberbia, N. cree que sabe más que nosotras, N. dice que es 'académica' y a nosotras nos cagan todas las académicas que no sean usted, señora Directora, única académica legítima. Así que ¿por qué no la chingamos a N? ¿qué le parece si la castigamos y en la conferencia de Judith Butler no la invitamos a la comida? más aún, ¿qué le parece si no sólo no la invitamos a pesar de que es la segunda al mando, sino que además la  ponemos de edecán para que aprenda algo de humildad? (jajajaja, si me invitan unas chelas les cuento la historia ridícula de que neta sí me pusieron de edecán como castigo. Oh dios, ya quiero que llegue el momento en el que pueda carcajearme de todo esto), ¿qué le parece si despedimos a su asistente para que ella tenga que hacer toda la chamba administrativa de su área? MUAJAJAJA ¡seguro que no va a poder con tanta presión! ¿qué opina si bla, bla bla?. Y ella, excelentísima doctora que no superó sus complejos de la adolescencia, a todo daba su visto bueno y protección. Entonces ellas, como veían que resistía, fueron a llamar a otro elefante, o sea: empezaron a usar métodos cada vez más sucios y más violentos: mentiras (mentiras no del tipo malentendidos, sino del tipo N. me gritó pendeja en el foro sobre violencia de género, jajajajaja, o sea mentiras tontas e increíbles porque no mamen, ¿por qué razón yo le gritaría pendeja a nadie (aunque lo piense) en público? O como infiltrar a una morra en mi fb y pedirme cuentas de mis publicaciones. O como inventar mentiras del tipo que ya expliqué e ir a contárselas a gente muy importante para mí (mi mentora, mi ex jefa, mi directora de tesis - o sea son tres personas diferentes -.... que afortunadamente fueron, ellas sí, generosísimas, y no sólo no entraron al juego, sino que me llamaron o buscaron para expresarme su apoyo y sus consejos de 'vete de ahí antes de que te hagan otra cosa peor').

Nunca entendí por qué tanto encono. Lo más fácil fue ponerme en el papel de la víctima absoluta (¿por qué a míííííí? snif snif), pero eso se me hizo aburrido al primer mes (aunque es cómodo, eso sí), hasta que en terapia V. me dijo "a ver N., no eres una niña de 9 años a la que le están haciendo bullying, eres una adulta viviendo acoso laboral". Y para mí casi siempre las palabras clave son "eres una adulta" (bingo!). Porque lo que sigue de eso es: hazte cargo: ¿qué puedes hacer (que es lo mismo que decir: ¿de qué de todo esto eres responsable?), qué quieres hacer, cómo, cuál es el plan etc., etc.? (fíjense, la vida tan chistosa: todos esos años de controlar la depresión me han dejado herramientas muy útiles para vivir.). 

Era obvio que quería irme de ahí, pero no bajo sus términos, no dándoles el gusto de 'me tronaron y me voy porque no soporto más'. Quería irme renunciando cuando yo quisiera, como a mí me conviniera, negociando los términos de la partida. Así que me fui en diciembre, con mi aguinaldo completo, en medio de la narrativa 'me voy porque estoy enamoradísima y me espera una vida nueva en Sudáfrica, he aprendido tanto en este lugar, les debo tanto a todas, me da tanta pena irme pero la vida es movimiento'. Me llevaron flores. Todo mundo se creyó la historia, todo mundo me deseó suerte, hice el numerito de preparar un informe final con cifras e indicadores positivos de mi gestión (cosa no muy difícil si trabajas con gente que no tiene idea de lo que es un indicador), y de ir a la posada y brindar con todomundo (menos con ellas, ni con la señora Directora, que estaba algo emputada porque, obvio, entendía todo el numerito, así que los últimos días se dedicó a ignorarme nivel: te volteo la cara en el pasillo y ordeno que borren tu cuenta de correo antes de lo acordado para que no tengas tiempo de sacar ni una evidencia de nada de nada de nada). 

La cosa es que el humanismo sería imposible si en estos escenarios (o sea en todos los escenarios de violencia) no se mostrara también lo bonito que son algunas humanas. Y si yo resistí fue porque tuve cosas que jamás en la vida voy a poder pagar: solidaridad, alianzas, complicidades, gente generosa que prestaba el oído para la escucha en circunstancias variables. Hubo cosas muy chingonas para una morra fascinada por las historias y los matices. Por ejemplo: que unos días antes de irme apareció una cajita de regalo en mi escritorio que decía 'Gracias' y que me dejó la secretaria de la H,Directora. La fui a buscar para preguntarle que por qué, y me sorprendió que me dijo que 'gracias porque eres la única persona que en este lugar me ha tratado como a una persona'. Luego me pidió perdón por haberse prestado a cosas, pero que yo entendería que en su posición era difícil haber hecho otra cosa. Me quedé muy pasmada, porque el hecho de que me dijera eso fue una cosa muy bonita, muy sanadora, hasta valiente. Por ejemplo: que mi equipo me dijo cosas lindísimas antes de irme, me dieron regalitos, lloraron con el último abrazo (creo que estos dos años fueron traumáticos para todas: imagínense el estrés de ver que a tu jefa la están chingando todo el tiempo y que el equipo está parado por eso). Está feo, pero todas vamos a estar mejor ahora. 

Y si hablo de lealtades inmerecidas y sanadoras: mis alumnas. Mis clases se convirtieron en el espacio en el que iba elaborando las cosas que traía en la cabeza (mucha ayuda dar una clase sobre género y poder, justamente), en las que neta llegaba a pensar con ellas, a preguntarles cosas para entender yo también. No es casualidad, para nada, que este año haya construido las relaciones más bonitas alumnas - maestra que he tenido desde que empecé a dar clases (hace como 5 años). 

Descubrí que tengo muy buen humor. Digo, ya lo sospechaba, pero esta vez estuvo muy intensa la constatación de que, con todo y todo, yo no dejaba de burlarme de toda la situación (que la neta sí era bien risible), de levantarme a ver qué pasaba y darle chanza a la imaginación de que todo el escenario se transformara en un juego de mesa.

Lo malo es que ahora que todo acabó y que estoy en casa de mis papás sin idea de lo que voy a hacer durante el 2016, ps los moretones empiezan a aparecerse. Me veo el cuerpo y digo que mierda, que ooooootra vez me va a tocar iniciar un año hablando de reconstrucciones. Tengo muchas cosas qué sanar, porque aunque aquí lo cuente como una historia con final feliz, la verdad es que no fue una historia feliz. Ni siquiera tengo ganas de buscar otro trabajo porque pienso que si no me va bien va a ser darle la razón a estas moras. Ni siquiera tengo ganas de escribir. Estoy en lo que E. diría 'modo zombie': no siento nada, el cuerpo y las emociones están dormidas, no les sale llorar, no les sale emocionarse, no les sale pensar más allá del día de mañana (que mi mamá me pidió que fuera al banco, que en la tarde voy a jugar con mi sobrino, que quiero escribirle un mail a fulanita).

Sólo quisiera decirle a todomundo que esté pasando por una situación de acoso laboral que sí,que es horrible. Y dos cosas: la primera, que hay que buscar ayuda profesional porque está súper cabrón aguantar si no tienes un espacio mínimo para sanar.Y la segunda, que se acuerden de que son adultas, porque creo que lo jodido del mobbing es justamente que trata de infantilizar a la agredida.Y no, no eres una niña a la que le quitan el sandwich en el recreo, eres una adulta capaz de pensar en estrategias, de evaluar tus recursos, de tomar decisiones, de ir con todo el peso de la adultez a la oficina cada día,  con todos los rasguños y los madrazos acumulados hasta ahora, pero también con todos los besos y las decisiones. No somos eso, no somos indefensas, y no somos víctimas, y no somos mártires. Somos adultas atravesando por una situación muy jodida porque hay gente que no se hace responsable de sus carencias, y entonces va y se las avienta a la primera persona que les provoque ese impulso.

Otra cosa que quería decir para terminar este post tan chafa, es que los últimos meses pasé mucho tiempo pensando en Martha Nussbaum. Hay una frase hermosa que aquí copio y pego, y que el último día de oficina me hizo pensar de regreso a casa que si me dieran a elegir entre una experiencia laboral chingona en la que hubiera triunfado, o ésta en la que fui frágil y vulnerable, y lloré muchas veces con mucha gente, y pedí y recibí ayuda, y a veces Y. tuvo que ir a sacarme de la cama el fin de semana para llevarme a comer pues.... no soy masoquista, pero escogería esto otra vez. Todavía no lo puedo explicar muy bien, pero esa fragilidad de la que fui dolorosamente consciente me hizo entender cosas, pensar cosas, abrir heridas que yo creo que van a sanar bien. Qué raro es todo casi siempre, qué misterio es estar viva.

***

“To be a good human being is to have a kind of openness to the world, an ability to trust uncertain things beyond your own control, that can lead you to be shattered in very extreme circumstances for which you were not to blame. That says something very important about the condition of the ethical life: that it is based on a trust in the uncertain and on a willingness to be exposed; it’s based on being more like a plant than like a jewel, something rather fragile, but whose very particular beauty is inseparable from that fragility.”