martes, 3 de febrero de 2015

Me voy, me quedo

1.Los conocí en el lejano 2005. Estaba en uno de esos momentos de ruptura – reconciliación que marcaron mi tortuosa relación con C., el mítico novio de la universidad. Ese día tenía laboratorio de econometría, usábamos un programa que ya ni sé si existe, se llamaba E-views. En un momento de aburrimiento abrí mi correo electrónico y encontré un mail rarísimo de un tipo que firmaba como el gallo raro*: que un amigo mío le había pasado mi dirección, que era de Monterrey pero estaba viviendo en Saltillo, que necesitaba a una “chica inteligente de ojos color miel” para ir a tomar un café.

Es raro, pero tengo una cantidad algo importante de historias catalogadas bajo el rubro “gente a la que he conocido de formas poco usuales”.

Me morí de risa, y le respondí que “soy inteligente, soy linda, pero no tengo los ojos color miel, ¿dónde nos vemos o qué?”. Creo, claro, que mi pendeja imaginación es la absoluta responsable de que tenga historias tan raras en mi anecdotario.

Total, que ese sábado nos vimos en un café de Saltillo. Él era un hispter hecho y derecho, aunque en ese momento la tal palabrita ni siquiera existía. Tenis de color verde, camisa de cuadritos, lentes. Había estudiado comunicación, era locutor y algo así como D.J. Vivía en Saltillo persiguiendo una historia absurda, pero estaba cansado y quería conocer a ‘alguien’ (Tinder tardó mucho en llegar a nuestras vidas, oh amigos). Hablamos, hablamos, hablamos. Cerraron el café. Me preguntó que si quería ir a ver películas a su departamento. Le dije que sí (porque eso de ‘nunca te vayas a la casa de un extraño’ no me lo enseñaron bien o algo). En su casa nos tiramos en el colchón y vimos ‘Sideways’, película medianamente buena que tiene una escena que nunca se me ha olvidado (porque era muy linda: manos y carreteras). Cuando se terminó no sabíamos bien qué hacer (¿besarnos?¿coger?¿pedir un taxi?). Entonces sólo nos abrazamos, él dijo ‘voy a poner algo de música’, y así fue como escuché por primera vez al tal grupo. Me pareció tan bueno; él no podía creer que no los hubiera escuchado antes “en Mty todo mundo los está oyendo”. Me lo imaginaba perfecto: la Silla Amarilla (que era EL bar de los intelectualoides regios), sus amigas con cabellos de colores, él con su programa de radio de ‘música alternativa’, la marihuana, el arrrrrrte. Cosas que en ese momento estaban como a 40 cuadras de mi vecindario existencial.

Luego volvió cada quién a su vida (su destino - o las decisiones que iban a terminar siendo destino). Él se enroló con una morra francesa que era super artista y super linda. Cuando me contó yo pensé que claro, que así tenía que ser. Yo regresé con mi médico retrógrado y machín. Y ojalá (ojalá, ojalá) en ese momento esa noche me hubiera hecho pensar que ‘N., no seas tan pendeja, hay otras miles de posibilidades, de mundos, de bares donde la gente escucha a grupos como éste’. Pero no.

2. Era el 2007. Yo trabajaba de secretaria. No podía esperar para irme de Saltillo. Pedí permiso de faltar tres días al trabajo y me fui a Guanajuato, sola, a presentar una ponencia en el Congreso Internacional de Historia Oral. Mi ponencia seguramente fue muy mala, pero tuve la suerte de encontrar a un par de investigadoras generosas que me echaron muchas porras. “Esto es lo mío”, pensé cuando salí. Estaba muy feliz, mucho. Me subí a un camión que iba a SMA, y ahí lo único que hice fue caminar, caminar, caminar, y tomar el camión de regreso a Guanajuato. Todo el tiempo, todo, estuve escuchando al tal grupo. Me ponía de buen humor, era mi grupo, estaba feliz de ser “la muchacha que viaja sola, tiene un tatuaje en la espalda – que me acababa de hacer unos meses antes – y escucha esta música”.

3. Y luego fue el 2008, el primer día de clases en la FLACSO. Vivía cerca, pero no tantísimo. Pensé que caminando serían 10 minutos y terminaron siendo 20. Iba casi corriendo, nerviosa, ansiosa, y escuchando otra vez al tal puto grupo. Era, supongo, una suerte de amuleto.

4. Y luego fue hoy en la mañana. Esperando el metro puse el ipod en shuffle y salió una canción de su disco nuevo. Me siguen gustando mucho. De hecho, me gustó tanto que pensé que ‘¿por qué no le he dedicado a este disco un churrito de viernes?’. Y luego, “¿desde cuándo me gustan? 10 años. Verga. Es un montón de tiempo.”

Me puse a pensar, cursimente (as always). Y resolví que la cosa más bonita de ser joven son las montones de posibilidades to be que tienes enfrente.  Resolví que es chido invertir mucho tiempo y muchísima energía en materializar eso que una elige. Resolví que por eso mis alumnitas/os de Filosofía me conmueven tantísimo: porque llegan con toda la actitud, con todo el necesario y mamonsísimo performance mediante el que, sí, van a llegar a ser eso (filósofos, ni más ni menos!).

Y resolví, también, que si eso es lo más bonito de ser joven, lo más difícil de ser adulta es pensarse sin miedo en otros mundos. Sentir más emoción que angustia por los cambios. Empujar otras posibilidades (mudanzas, doctorados en otro país, divorcios) es cada vez más complicado. Las máscaras ya se convirtieron en rostro, y está bien cabrón verse al espejo y decidirse distinta. Desmontar el mito de que existe algo así como un punto de llegada, sacudirse los hábitos y actuar con la convicción de que no estamos condenados a repetirnos.

Quién tuviera 20 otra vez.

O quién tuviera 30 y un boleto de avión.

Tiro los dados, cada día, porque la vida ha sido buena. 

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