lunes, 25 de agosto de 2014

Rosario.

Así que la tristeza de despedirse de alguien de forma tan definitiva es esto. Un recuerdo borrado para siempre porque ya no hay con quién compartirlo.

Ella, que me conoció a mis 18. Que me vio llegar y luego irme, y luego irme más lejos. Ella, que tanto podría hablar de mí.

Y ahora esos recuerdos, esas huellas, ya no existen.

Y ahora lo que yo sienta por ella ya no importa porque ya no es comunicable. Pase lo que pase, haga lo que haga, duela como duela: ya no puedo llamarle para decirle que la quiero mucho, que le agradezco el montón de cosas que hizo por mí.

Ella fue una de esas personas que me miraban con la certeza de que yo ‘era especial’. Quizás las primeras miradas generosas que recibí dentro de esto que hemos decidido llamar ‘la academia’ vinieron de ella. Y hoy, 10 años después, sé lo que importa en este medio sentir eso: que alguien cree que lo que estás diciendo no son puras pendejadas. Que quién quita y un día puedas decir una cosa de verdad importante. 

Me reiría de cosas que ahora parecen tan graciosas, si no es porque lo que me sale son sonrisas infinitamente tristes. Como esa vez que alguna fundación le dio dinero al colectivo y nosotras consideramos que no estaba mal usarlo para pagarnos una cena ‘por todo la joda que nos hemos metido organizando cosas por el bien de la sociedad’. Y ella se encabronó cuando vio la factura, y nos regañó horrible, y nos dijo que ‘esto, aquí y en China, lo hagan como lo hagan, se llama desvío de recursos’. Desvío de recursos, suena tan gracioso ahora (hay que imaginarlo: un grupo de cinco chamacas haciéndole al feminismo que un día se hartaron de ‘estar trabajando gratis’ y agarraron dinero del colectivo para pagarse una cena en un restaurante. Y luego ella que se encabronó y nos metió una regañada como si fuéramos diputadas clavándonos el 60% de los impuestos de la gente pobre. Pues así era: norteña y derecha como el estereotipo manda).

Le decíamos ‘mamá’ aunque nunca tuvo hijos. Le decíamos ‘compañera’ cuando nos sentíamos combativas. Le decíamos ‘por favor’ cuando necesitábamos que interviniera con algún profesor que nos estaba haciendo la vida imposible.

Duele tantísimo saber que ya no está.

No puedo descifrar ni explicar este sentimiento que es muy nuevo para mí. Se murió mi amiga. Se murió mi amiga. Se murió mi amiga.

Llevo toda la tarde repitiéndomelo y luego tratando de olvidarlo.

Pero supongo que cuando se muere alguien así, tan querido, con quien has compartido tanto de tu propia historia… bueno, supongo que ahí empieza también la muerte propia. Ya no hay testigos, ya no hay cómplices, ya no hay quién pueda compartir ese recuerdo. Estoy hoy un poquito más sola, un poquito menos viva.